Mao. La historia desconocida

Mao. La historia desconocida (vía GEES)

Mao Zedong lleva 30 años muerto, pero sigue proyectando su alargada sombra sobre el estado que fundó, la República Popular China. Tanto su cadáver como un gigantesco retrato suyo siguen ocupando un sitio de honor en la Plaza Tiananmen en el centro de Pekín. La línea oficial se ha quedado en 1981 tal como la diseñó Deng Xiaoping y dice así: “Mao tuvo un 70% de aciertos y un 30% de errores”. Imagínese el escándalo si un líder de la postguerra alemana hubiera dicho que Hitler “tuvo un 70% de aciertos y un 30% de errores”. O si el líder actual de Camboya dijese lo mismo de Pol Pot. Y a pesar de ser responsable del mayor número de muertes en tiempos de paz (unos 70 millones de personas), más que las de otros terribles monstruos del siglo XX, Mao ha gozado de una posición distinta en la opinión de Occidente. Ponerse un pin o una camiseta de Mao o del Ché Guevara es visto aún en ciertos sectores como un acto de rebeldía, de una manera tal que un tributo a Hitler o Stalin no lo sería nunca.

Jung Chang y su esposo, el británico Jon Halliday, han producido un éxito de ventas que busca destruir esos mitos de una vez y para siempre. Habiendo sobrevivido a la locura del Gran Salto Adelante y a la Revolución Cultural (cuando ella perteneció por poco tiempo a la Guardia Roja), Chang escapó a Gran Bretaña en 1978 a los 26 años. “Mao: La historia desconocida” es su mordaz acusación contra el hombre que la atormentó junto a un número incalculable de conciudadanos chinos.

La clave de la opinión de Mao sobre el mundo puede encontrarse en un escrito de filosofía que escribió a los 24 años cuando era alumno en el invierno de 1917-18. El joven Mao escribía: “China debe ser... destruída para luego rehacerla... La gente como yo anhela esa destrucción porque cuando se destruye el viejo universo, se forma uno nuevo. ¿No es mejor eso?” “Los humanos están dotados de curiosidad. ¿Por qué habría que tratar a la muerte de forma distinta? ¿No queremos experimentar con cosas extrañas?”

Sin embargo, Chang y Halliday afirman que Mao no se afilió al Partido Comunista para convertir esas fantasías en realidad sino para conseguir un buen trabajo que no implicase ningún esfuerzo manual. En 1920, se le dio la tarea de dirigir una librería de literatura comunista en Changsha.

Sea cual fuese su motivación, Mao demostró ser un genio de la sublevación. Al igual que otros dictadores de éxito, lo primero que hizo como prioridad fue consolidar su autoridad dentro de sus propias filas aterrorizando a escépticos y rivales, reales o imaginarios. La primera purga a gran escala de Mao, que ocurrió en la provincia de Jiangxi a principios de los años 30, sentó las bases de su modelo. Según Chang y Halliday, se mató a más de 10.000 guardias rojos. Muchos de ellos fueron sometidos primero a horrendas torturas tales como meterles un alambre a través del pene y suspenderlos de las orejas”, luego el torturador tiraba del alambre. Las esposas de los soldados que caían en desgracia no estaban exentas de tratamientos monstruosos: “Sus cuerpos, en especial sus vaginas, eran quemadas con mechas ardientes y sus pechos eran cortados con pequeños cuchillos”.

Es innegable también el impacto catastrófico del Gran Salto Adelante (1958-1961) que Chang vivió en primera persona. El objetivo de Mao era convertir a China en una superpotencia económica y militar. Para lograr ese objetivo, sacó de los campos a masas enormes de campesinos y los llevó a fábricas poco eficientes y a granjas colectivas. También expropió sus alimentos y exportó una buena parte a la Unión Soviética a cambio de fábricas y armas. No quedaba suficiente para que la mayoría de chinos pudiera comer. Las amas de casa de las ciudades en 1960 recibían menos calorías al día que los trabajadores esclavizados de Auschwitz. Incluso cuando estalló la hambruna masiva, Mao siguió regalando enormes cantidades de alimentos y dinero para aumentar su influencia entre los movimientos comunistas extranjeros. Según este libro, China donó más de su PIB en ayuda extranjera (un colosal 6,92% en 1973) que ningún otro país del mundo en la historia, yendo la mayor parte a países como Alemania del Este que era considerablemente más rica que la misma China.

El Gran Salto Adelante mató aproximadamente de 30 a 40 millones de personas, convirtiéndose en la peor hambruna de la historia. Presumiblemente, Mao no se inmutaba antes todo el sufrimiento que causaba. “La muerte tiene sus beneficios” decía a altos oficiales en 1958, “Con los muertos se puede abonar la tierra”.

Esta actitud despreocupada era factible para Mao porque él sí estaba protegido contra todo sufrimiento. Vivía la vida de un emperador, protegido por su propia guardia pretoriana, se alojaba en docenas de enormes fincas totalmente acondicionadas con piscinas y refugios nucleares, disfrutaba de los libros, de la ópera y de otros placeres prohibidos para todos los demás. Se atiborraba de manjares producidos sólo para él, viajaba en su propia flota de aviones, trenes, barcos y automóviles, sus necesidades eran atendidas por una inmensa plantilla de criados que incluían a atractivas “cantantes, bailarinas, enfermeras y sirvientas” que cumplían una doble función como concubinas.

La acumulación de esas depravaciones tan bien documentadas, una tras otra, tiene un efecto devastador. A pesar de todos sus errores, “Mao: La historia desconocida” logra desenmascarar al dictador mejor que ningún otro libro y lo revela como el monstruo que fue. Es una denuncia que hiela la sangre y que está contada en un lenguaje sencillo, con capítulos fáciles de digerir y que cualquiera puede entender. Si las naciones libres tuvieran interés en promover la democracia en China – y si no lo tienen, deberían tenerlo– podrían meter de contrabando en la China continental unos cuantos millones de ejemplares traducidos de este magnífico libro; allí está oficialmente prohibido.

P.D: Durante el siglo pasado murieron a manos del estado más de 174 millones de personas. En comparación, la Unión Soviética exterminó a unos 62 millones de personas entre 1918 y 1989 y Hitler y los nacionalsocialistas eliminaron a casi 21 millones de personas entre 1933 y 1945. Todos los dictadores, tanto de izquierdas como de derechas, son asesinos conscientes de sus crímenes.

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