Todo a cien (por
MÁS madera. Cada vez que el apurado maquinista pide más combustible para la locomotora electoral, suena un hachazo que desbarata las maltrechas estructuras presupuestarias del Estado. Dinero urgente para el socorro hipotecario, fondos para los dientes de los niños, subvenciones para las viviendas fantasmas de Chaves, partidas de emergencia para el caos ferroviario catalán. Solbes, con gesto resignado, aprieta los dientes con un pie en el estribo, a punto de saltar en marcha del enloquecido convoy que el presidente pilota con mirada de visionario, de pie sobre el techo de la máquina, dispuesto a desguazar los vagones para mantener a tope la caldera hasta llegar a la frontera de los idus de marzo. Aunque llegue él solo, encaramado a los restos de un Gobierno achicharrado que se va consumiendo a sí mismo en una disparatada carrera contra el tiempo y la razón, mientras sus aliados nacionalistas, que se bajaron del tren varias estaciones atrás, lo persiguen ahora entre alaridos de fiereza como tribus exaltadas de ardor guerrero.
A Zapatero le vale ya cualquier cosa con tal de llegar a las elecciones en una situación de mínima ventaja. No le importa que amigos estratégicos como Josu Jon Imaz -que ojalá hubiese estado decididamente a la valerosa altura política que ponderan ahora sus unánimes elogios fúnebres- se queden a los pies de los caballos desbocados del nacionalismo irredento. Le trae sin cuidado fundir el prestigio de la carrera terminal de Solbes en una improvisada deriva de gasto público tan falta de rigor y planificación como la anterior subasta del modelo territorial. Se agarra sin pudor a la simbología nacional tantas veces despreciada para impostar un patriotismo -¿de hojalata?- circunstancial y arribista. Y pasa sin recato factura de los favores debidos a funcionarios como el gobernador del Banco de España para que salgan al quite de los agobios económicos con proclamas tranquilizadoras. Los cadáveres políticos de colaboradores, socios o compañeros de mesa -Maragall, Bono, Mas, Sevilla, Calvo, Regás, Otegui- se amontonan sobre las vías que va dejando en su furiosa huida hacia delante. Y aún tirará todo aquello que le estorbe, sus propios principios si es menester, para sobrevivir en esta enloquecida escapada de las consecuencias de sus propios errores.
Ahora sólo le importa la velocidad de la carrera, confiado en que ya tendrá tiempo, si gana, de recomponer pactos, improvisar fintas y desandar los caminos de trochas de su reciente tacticismo. Ha convertido el Gobierno en una tienda de saldos electoralistas, un vertiginoso todo a cien en el que lo único esencial es preservar la marcha de crucero y sostener «como sea» la ventaja del poder. Con las encuestas como aleatorio GPS de su trayecto, desguaza alianzas, presupuestos y lealtades, y alimenta con ellos el fogón de un proyecto (?) destrozado en el que ya no tiene otro objetivo que la supervivencia.
1 comentario:
La frase entera es:
"¡más madera!, esto es la guerra".
Y en esta guerra, hay quien piensa que vale todo.
SALUDOS.
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