Hace menos de cien años nuestros horarios no eran los actuales. Eran similares a los europeos. ¿Qué ocurrió? En octubre de 1884 se celebró en Washington la Conferencia Internacional del Meridiano con la presencia de veinticinco países, entre ellos España. […] A partir de la citada Conferencia, el meridiano de Greenwich quedó como referente mundial, y se establecieron veinticuatro husos horarios, alrededor de cada meridiano múltiplo de 15°. Sus límites, como era de prever, tuvieron en cuenta fronteras, costas, montañas o ríos.
En nuestra área europea se fijaron dos horas: la de Londres y la de Berlín. A España le correspondía la de Londres, al igual que a Francia, Luxemburgo, Holanda y Bélgica. Sin embargo, estos países escogieron la hora de Berlín. España hizo lo mismo y así tenemos la misma hora que ciudades de centroeuropa que se encuentran distanciadas de nosotros hasta 25° al este. Por ubicación deberíamos tener la hora de Londres, que es lo mismo que decir la de Canarias, Marruecos, Portugal, Irlanda, Islandia y, por supuesto, Gran Bretaña. […]
Además, si dedicamos al almuerzo un mínimo de dos horas cuando en los demás países se emplea menos de una; si prestigiamos al profesional que dedica muchas horas a permanecer en el lugar de trabajo cuando en otros países sería motivo de crítica por no alcanzar el rendimiento previsto en el horario normal, por no respetar el tiempo de sus colaboradores, por no saber conciliar la vida personal, familiar y laboral, por hacer méritos de cara al estrés... Y todo ello, para que estemos en el furgón de cola de la productividad, cuando somos los europeos que más horas dedicamos al trabajo. Por ejemplo, los holandeses finalizan su jornada alrededor de las 5 de la tarde y su productividad es 1,5 veces la nuestra.
[…] La hora oficial española está desfasada: en invierno, en una hora con el horario solar; en verano, dos. Nos levantamos con la hora oficial y seguimos con la hora solar, lo que hace que nuestra jornada laboral, por la mañana, sea más larga. Por la tarde, regresamos al trabajo entre las 4 y las 5, lo que imposibilita que terminemos, como en los demás países europeos, entre las 5 y las 6. Nuestros actuales horarios prolongan excesivamente nuestras jornadas laborales, haciendo prácticamente imposible que podamos conciliar nuestra vida personal, familiar y laboral; además, reducen nuestra libertad y nos privan de unas merecidas horas para disfrutar, como mejor consideremos, de nuestro ocio; en definitiva, suponen un freno para mejorar nuestra calidad de vida.
Por IGNACIO BUQUERAS Y BACH en ABC
En nuestra área europea se fijaron dos horas: la de Londres y la de Berlín. A España le correspondía la de Londres, al igual que a Francia, Luxemburgo, Holanda y Bélgica. Sin embargo, estos países escogieron la hora de Berlín. España hizo lo mismo y así tenemos la misma hora que ciudades de centroeuropa que se encuentran distanciadas de nosotros hasta 25° al este. Por ubicación deberíamos tener la hora de Londres, que es lo mismo que decir la de Canarias, Marruecos, Portugal, Irlanda, Islandia y, por supuesto, Gran Bretaña. […]
Además, si dedicamos al almuerzo un mínimo de dos horas cuando en los demás países se emplea menos de una; si prestigiamos al profesional que dedica muchas horas a permanecer en el lugar de trabajo cuando en otros países sería motivo de crítica por no alcanzar el rendimiento previsto en el horario normal, por no respetar el tiempo de sus colaboradores, por no saber conciliar la vida personal, familiar y laboral, por hacer méritos de cara al estrés... Y todo ello, para que estemos en el furgón de cola de la productividad, cuando somos los europeos que más horas dedicamos al trabajo. Por ejemplo, los holandeses finalizan su jornada alrededor de las 5 de la tarde y su productividad es 1,5 veces la nuestra.
[…] La hora oficial española está desfasada: en invierno, en una hora con el horario solar; en verano, dos. Nos levantamos con la hora oficial y seguimos con la hora solar, lo que hace que nuestra jornada laboral, por la mañana, sea más larga. Por la tarde, regresamos al trabajo entre las 4 y las 5, lo que imposibilita que terminemos, como en los demás países europeos, entre las 5 y las 6. Nuestros actuales horarios prolongan excesivamente nuestras jornadas laborales, haciendo prácticamente imposible que podamos conciliar nuestra vida personal, familiar y laboral; además, reducen nuestra libertad y nos privan de unas merecidas horas para disfrutar, como mejor consideremos, de nuestro ocio; en definitiva, suponen un freno para mejorar nuestra calidad de vida.
Por IGNACIO BUQUERAS Y BACH en ABC
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