ESTÁN encharcando el campo, como aquellos equipos de Clemente que se sabían en inferioridad técnica y procuraban equilibrar la partida por el procedimiento de convertir el terreno en un barrizal. El Gobierno ha renunciado a ganar el «caso De Juana» con argumentos porque sabe que no los tiene, y su táctica consiste ahora en tratar de bloquear al adversario. Incapaz de defender su política antiterrorista (?), desvía el debate hacia la de los tiempos del PP. Ni siquiera intenta ganar la controversia; su objetivo es enmerdar la polémica para provocar el hastío ciudadano ante un enfrentamiento trabado en el fango de las acusaciones mutuas.
Es puro juego sucio. Zapatero y Rubalcaba son conscientes de que no hay precedentes de cesión ante un explícito chantaje. A los gobiernos de Aznar se les pudieron reprochar muchas cosas, pero no falta de firmeza frente al terrorismo. Ésa es una sensación fuertemente instalada en la opinión pública, y no va a cambiar porque la Moncloa encienda el ventilador para esparcir mierda o saque la manguera para embarrar el campo del juego político. Pero la intención de la maniobra es otra. De un lado, distraer la atención hacia un debate estéril, y de otro, suscitar en la gente un hartazgo que
Lo que busca el Gobierno es sembrar una fatiga general que haga que el pueblo se encoja de hombros, desalentado ante el cruce de reproches: «Bah, esto es una querella de partidos, un pulso de poder. Todos son iguales». Pero no todos son iguales. Porque, si fuesen iguales, Ortega Lara no habría pasado 532 días en un zulo miserable, y Miguel Ángel Blanco estaría vivo.
Y aunque no hubiese sido así, aunque el PP hubiese en efecto incurrido en debilidades y pasteleos, sus responsabilidades políticas ya fueron depuradas con la derrota electoral. Ahora toca depurar las de este Gobierno, las del PSOE. Y nada que haya ocurrido en el pasado puede difuminar la ignominia que supone para los españoles ver al Estado ceder ante el chantaje de un reincidente asesino, de una «alimaña sanguinaria» según el florido léxico del anterior ministro de Justicia.
Pero es que, además, fue de otra manera. Lo que ocurrió entre 1996 y 2000 es que el PSOE de Zapatero se negó reiteradamente a cambiar las leyes para endurecer el régimen penitenciario, y hubo que esperar a que Aznar lograse la mayoría absoluta. Hurgar en las hemerotecas y los diarios de sesiones puede resultar un ejercicio melancólico y estéril, pero aun haciéndolo va a encontrar el PSOE motivos de los que avergonzarse.
Porque no es verdad que todos sean iguales. Unos se mostraron, al menos en esta cuestión, firmes y dignos, y otros se han revelado fulleros y pusilánimes. Y lo malo es que no sólo han puesto en solfa su propia dignidad de gobernantes, sino que con su juego sucio pisotean la nuestra de ciudadanos.
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