Nuestro Ku-Klux-Klan

Por Manuel Molares do Val

Lo primero que hicieron con el guarda de seguridad que disparó contra unos mafiosos albano-kosovares en la casa barcelonesa de sus suegros fue meterlo en la cárcel. Recuerde: en Madrid detuvieron al joyero que hirió al forajido que acababa de asesinar a una empleada.

Usted no debe defenderse con fuerza de quienes le arrebatan sus bienes o la vida de los suyos: excepcionalmente, emplee un arma inferior a la del verdugo. Siempre habrá un juez humanitario que le acusará a usted de abuso de fuerza si usa un cortaplumas contra el tipo armado que secuestra a su hijo o que viola a su familia.

La justicia europea, pero más radicalmente la española, está desorientada. Castiga el derecho más elemental: el de la autodefensa. Ante los agresores, exige pasividad y dejarse sacrificar. Dice que el Estado defiende al ciudadano, pero frecuentemente no sabe, no quiere o no puede. Las leyes nos sancionan si nos defendemos: están elaboradas bajo un paradigma bobo que los parlamentarios que las redactaron ni siquiera imaginan cómo nació.

Que lo sepan: está inspirado, asómbrese, en la lucha contra el Ku-Klux-Klan en EE.UU. Garantismo antirracista. Para evitar que los supremacistas blancos lincharan a los negros sin juicio, atribuyéndoles cualquier delito.

Las organizaciones de derechos humanos, especialmente la ACLU (American Civil Liberties Union), abanderaron el combate contra los racistas, y sus razonamientos se adoptaron en mayo del 68 en París. Allí, los negros americanos se transmutaron en los revolucionarios marxistas-leninistas que atracaban a los capitalistas, vistos en Europa como supremacistas blancos, para expropiarles sus riquezas.

Seudoprogresismo, que es el resultado de la solidaridad progrefacha: las bandas mafiosas quedaron convertidas en poblaciones negras perseguidas. Por eso, si se defiende usted, lo ven como militante racista del Ku-Klux-Klan, y le aplican leyes nacidas para impedir linchamientos de afroamericanos sureños.

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