Frente a la antigua historiografía, según la cual la conquista española salvó a América del salvajismo, sólo se resalta ahora lo detestable de aquella invasión, de la que se acusa a los españoles actuales.
En todo caso, los responsables serían los descendientes de los conquistadores: quienes viven allí manteniendo sangre española. Aunque tampoco son culpables de lo que hicieron sus antepasados. Unos españoles que, al prohibir numerosos hábitos brutales de los nativos, no fueron tan malvados como el indigenismo ingenuo, la corrección política y el multiculturalismo quieren hacerlos parecer.
Porque hay que saber cómo era la América prehispánica. Algo que describe, parece que muy vivamente “Apocalypto”, la última película de Mel Gibson, en la que los mayas surgen como guerreros brutales y antropófagos. Un pueblo que abandonó súbitamente, no se sabe por qué, sus grandes ciudades de Guatemala y del sur de México cinco siglos antes de la llegada de los españoles a aquel territorio. Aunque creó calendarios complejos, desconocía la rueda como medio de transporte. Su principal fuente de proteínas era la carne humana de las tribus menores. La antropofagia, en lo que ahora es México, era un rito religioso, pero también indispensable para la supervivencia de quienes habían exterminado a los grandes mamíferos que alguna vez vivieron allí.
Los activistas de la corrección política, los defensores del buen pensar y del buen salvaje han protestado contra la película de Gibson, a pesar de que por el momento sólo tienen de ella referencias periodísticas.
Pero reconocidos arqueólogos e historiadores defienden esa visión realista de culturas que se presentan como idílicas, mientras se acusa de genocidio a Hernán Cortés, que si consiguió dominar México fue porque le ayudaron las tribus que eran el ganado para el grupo dominante en el siglo XVI, el azteca.
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