Pregúntele a sus conocidos que vivieron el franquismo en qué partidos militaron, cómo se enfrentaron al dictador, y le narrarán numerosas heroicidades antifascistas. Quizás digan la verdad. Pero también pueden mentirle para dignificarse: porque, sépalo usted, los militantes antifranquistas no sumábamos 350.000 para casi 35 millones de españoles. Ni el uno por ciento.
Cuando Franco murió se formaron colas kilométricas para despedir su cadáver. Tenía muchos más simpatizantes que enemigos, para vergüenza general. Incluidos numerosos nacionalistas periféricos, que eran cuadros de su régimen. Ahora, los españoles condenan al dictador chileno Pinochet, asesino de unas 5.000 personas en sus diecisiete años de atroz dictadura. Finalizada cuando convocó un referéndum que perdió porque el sesenta por ciento del pueblo rechazó seguir bajo su espadón.
Franco fue más cruel. Pero pocos se atrevían a decirlo. Su régimen, aparte de los caídos en la guerra civil, mató en retaguardia o en la posguerra proporcionalmente a diez veces más seres que Pinochet. Tras sus “25 años de paz”, en 1966, convocó un referéndum para mantener el Estado bajo su mandato, y recibió el 96,86 por ciento de síes. Supongamos, y es mucho, que falseó el veinte por ciento: el 76,86 a su favor. También se dice que el sí se lo dieron por miedo. Miedo, claro. El constante miedo de los españoles, en realidad, desmemoriados y acomodaticios. Porque murió ejerciendo el poder, después de 36 años de dictadura. Alrededor de 1960, quince años antes de ese fallecimiento, había comenzado la prosperidad: Seat 600, pisitos nuevos, pollo industrial –quitó mucha hambre--, emigración libre, turismo y desarrollismo. La población se hizo franquista pasiva.
Miedo, con y sin Franco. Un país acobardado. Golpe de Tejero, 1981: la gente, escondida y asustada. Nadie levantó la voz. Quienes se las daban de más valientes, y hasta hicieron hace poco un pronunciamiento en el Parlamento alabando su falsa valentía, huían como liebres.
Memoria histórica, no, historia verdadera. Aunque es fácil gritar contra Pinochet, tan muerto, tan ajeno y tan lejano…
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