El celibato sacerdotal: ¿un don?

Por un sacerdote libre

Intentar explicar en pocas líneas las razones que la Iglesia tiene para mantener en vigencia el celibato sacerdotal, o tratar de exponer las teorías que apelan a la abolición de esta ley eclesiástica, es poco menos que una osadía para quien quiera intentarlo, ya que es uno de los temas sobre los que más se ha discutido y se sigue discutiendo en el seno eclesial (son miles las publicaciones al respecto) y también fuera de él.

Antes de nada tenemos que recordar brevemente qué significa y de donde procede la palabra “celibato”. Es un vocablo que proviene del latín (caelebs-caelibis) y que significa “no casado”. Esta doctrina no ha sido fijada hasta el año 1139, cuando el Papa Inocencio II decretó el celibato obligatorio para todos los sacerdotes en respuesta a las preocupaciones acerca de la propiedad de los bienes de la Iglesia y ante una percepción negativa de la sexualidad. Antes de este año eran muchos los sacerdotes que optaban por casarse y fundar una familia; también después ha sucedido lo mismo aunque ya sin una aprobación por parte de la Jerarquía eclesiástica. No tenemos más que hacer un somero recorrido por lo que ha sido la historia de la humanidad y de la Iglesia para descubrir que los papas tenían sus propios hijos y que la cuestión del celibato no era tal hasta el siglo XII.

Esto no debe de hacernos olvidar dos hechos objetivos que nos transmiten las Escrituras: que Jesucristo era célibe y que él mismo hablaba de la necesidad (que no de la obligación) de tener libertad para poder entregarse totalmente a la causa del Evangelio (Buena Noticia= Dios se ha hecho ser humano y nos ha prometido la salvación); que los que le seguían, también eran célibes (con la excepción de Pedro) y se entregaban por entero a la misma causa de Jesús. Esto fue así posteriormente, incluso San Pablo y muchos de los Santos Padres de la Iglesia recomiendan el celibato.

Personalmente creo que no hay razones suficientes para seguir manteniendo la obligatoriedad del celibato hoy en día. Es cierto que son muchas las personas que prefieren este estado de vida para poder desempeñar su trabajo pastoral con una entrega más grande, o porque se sienten más identificados con lo que Jesucristo (ejemplo de hombre total, y espejo en el que poder mirarse) ha realizado en su vida. Están en su derecho y merecen un aplauso, no por guardar el celibato, sino por esa entrega total de su vida por una causa en la que creen. No por ello ser célibe significa estar castrado y no poder tener una vida sexual integrada y sana (celibato no va en contra de una sexualidad integral que es fundamental en todo ser humano). Pero este sería otro tema relacionado con este, del que podremos hablar en otra ocasión.

Pero independientemente de todo esto, que es verdad, y partiendo de que el celibato es un “don peculiar de Dios” (Código de Derecho Canónico, c. 277), tenemos que decir que no todos los que se sienten llamados a la vocación sacerdotal, reciben al mismo tiempo este don del celibato. Esto bajo mi punto de vista es fundamental. Habrá candidatos al sacerdocio que sí reciban este don (gracia, regalo…) pero los habrá que no lo sientan así y que se ven “forzados” a entregar su vida como sacerdotes, servicio hacia el cual se sienten llamados profundamente, viviendo el celibato, que no sienten como don, ni como gracia, sino como imposición y condición “sine qua non” para poder ser sacerdotes.

Puede ser que la abolición del celibato obligatorio traiga consigo una serie de problemas, discusiones, y replanteamientos dentro de la Iglesia, pero también es cierto que traerá consigo beneficios inestimables y una alegría mayor en el ejercicio ministerial por parte de muchos de los que ahora tienen que vivir su ministerio sin el sueño de poder fundar una familia y entregar su vida, al mismo tiempo, con igual radicalidad, a la causa del Evangelio. Tengo la certeza de que poco a poco será la misma Iglesia (recordemos que cuando hablo de Iglesia me refiero a todos los bautizados) la que desde dentro vaya dándose cuenta de que el cambio es necesario.


P.D: Primera Carta de San Pablo a Timoteo

3:1 Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. 3:2 Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; 3:3 no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; 3:4 que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad 3:5 (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); 3:6 no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 3:7 También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.

Nota 2.- 3.2 Ser esposo de una sola mujer: Esta expresión, como también la aplicada a las viudas en 1 Ti 5.9, probablemente debe entenderse en el sentido de no haberse casado por segunda vez.

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