Por José de Cora
La infamia se desarrolla en el santuario de Loyola. ¿Qué mejor lugar para vengar la expulsión de los jesuitas de España y de sus territorios de ultramar?
La identificación de la Compañía con los postulados nacionalistas corre en paralelo con el llamado conflicto vasco. Es más, sin los jesuitas no se entendería la existencia de tal conflicto, pues ha sido el entorno de la Compañía la más activa caldera donde arrojar leña al fuego y fomentar la idea del euskaldún bueno frente al maketo malvado. Y eso es así desde la más tierna infancia de don Sabino Arana, sino antes.
Que Loyola sirva ahora como escenario para el trapicheo es el corolario del proceso. La serpiente que se muerde la cola para indisimulada satisfacción de muchos soldados de Cristo tras arduos y continuados esfuerzos por apuntalar el nazismo vasco, el odio y el rencor.
Pero con todo y ello, ha sido precisa la llegada del bobo solemne para que todos esos desvelos en lograr un concepto étnico excluyente encuentren al compañero de viaje necesario que le conceda carta de naturaleza política, al grito de unas infinitas ansias de paz. Jesuitas y pacifistas. Parece de coña, pero maldita la gracia que tiene.
Hablan de Navarra, de amnistía y de territorialidad como debió hablar Adán en el Paraíso para nombrar a cuanto allí había. A éste le llamaremos Nafarroa y fuera lo que fuera, sus fueros serán nuestros.
Los inmigrantes son agentes del españolismo infiltrados para contaminar lo vasco. Cuanto se emprenda para detener esa tendencia tendrá la bendición de Loyola, y a poco que vayan saliendo bien las cosas, de san Ignacio también.
Si en los años de la expulsión, la fidelidad al Papa permitía y encubría la traición a Carlos III, la estrategia actual se ve favorecida por la existencia de un rey que no va a expulsarlos. Ya no se lleva. Vivimos en un país donde cada uno es muy libre para joderlo como le dé la real gana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario