Munich de Spielberg (por Santiago Navajas)

Munich. Spielberg sobre la cuestión judía (por Santiago Navajas)

Sigo procesando Munich, la última película de Spielberg, en mi opinión una obra maestra del cine político. Lo que sigue a continuación es un esbozo, un borrador, de las ideas que se me han ido ocurriendo en estas semanas.
Es difícil apreciar lo que se tiene más cercano. Hoy nos puede parecer increíble que Truffaut detestase Centauros del desierto, o que a Jean Paul Sartre atacase Ciudadano Kane cuando ambas se estrenaron. En ocasiones, también me ha sucedido: La edad de la inocencia, Sin perdón o Inteligencia Artificial no me parecieron la primera vez de la importancia decisiva que luego he sido capaz de apreciar.

I.A. es precisamente la película de Spielberg más importante de los últimos tiempos. Fue entonces cuando se produjo el encuentro entre dos de los talentos judeoamericanos más grandes del cine americano contemporáneo: Spielberg, el mago que transforma en oro todo lo que toca, con gran talento visual pero aún falto de una mirada incisiva y profunda, un tanto anestesiado de tanto éxito, y Kubrick, con un nervio cinematográfico indiscutible y una cosmovisión plena que usaba la cámara como un escalpelo de la realidad. Fue Kubrick el que buscó a Spielberg para lo que sería su proyecto-testamento. En esa relación, via fax, Kubrick dio su último aliento que, como en la leyenda judía, terminó por despertar al hasta entonces niño-golem Spielberg que a partir de entonces se convirtió en un director hecho y derecho.
Después de I.A. Spielberg ha consolidado un discurso cada vez más propio, en el que vuelve a temas recurrentes: la familia (sobre todo la ausencia del padre), la lealtad a los orígenes, la memoria como fuente de la identidad personal, la autonomía del individuo frente a la amenaza del poder (de cualquier poder)... Junto a Eastwood, Scorsese y Lynch forma parte del póker más lustroso del cine americano.
Y Munich es un nuevo clímax en su carrera.

La violencia
Son varios los problemas que trata Spielberg en Munich. En primer lugar, la realidad de la violencia. Y la cuestión de cómo tratar dicha realidad. Es legítimo responder a la violencia con la violencia? Esto es lo que se plantea la primera ministra Golda Meir desde las cloacas del Poder. Y responde que sí:
“otra vez masacrados... 11 judíos muertos en Alemania... y el mundo sigue con sus banderas y sus juegos... esas personas han jurado destruirnos. Olvídemos la paz por ahora, les demostraremos que somos fuertes. Tenemos leyes, representamos la civilización... pero no sabemos quienes son esos maníacos... díganme que leyes amparan a individuos como esos... toda civilización ha tenido que llegar a un compromiso con sus propios valores. He tomado una decisión, la responsabilidad es sólo mía”
Esta película también se podría denominar Una Historia de La Violencia. La violencia va in crescendo desde el bellísimo -cinematográficamente- asesinato del traductor de Las mil y una noches, hasta el durísimo de la killer holandensa (gran detalle hitchcockiano del perfume en el pasillo)
La densidad moral y la complejidad política de la película a través del thriller se construye planteando preguntas difíciles a la vez que apunta ciertas respuestas, pero sin dogmatismos ni certezas, dejando la puerta abierta a otros acercamientos.

Individuo y destino en la universal.
Además del cuestionamiento de la violencia, sin ingenuidad, mirando cara a cara la necesidad de responder con violencia a la violencia, al mismo tiempo se introduce la cuestión de si el colectivo, en este caso la nación israelí, está por encima del individuo. De ahí las referencias a Eichman que fue sometido a un juicio, o la insistencia, tras una evolución dolorosa por parte del agente Avner, en la necesidad de encontrar pruebas acusatorias.

La tierra prometida
La secuencia en la que por un “error” los terroristas palestinos y los agentes del Mosad se encuentran en un piso franco se convierte en una metáfora de la tierra compartida y competida. La valentía de Spielberg le lleva a dejar hablar al terrorista palestino, en sus propios términos, dejándo al espectador la libertad de elegir por cual de las dos perspectivas opta. Que algunos amigos me hayan asegurado que ésta es una película antiisraelí y otros que es antipalestina es la señal de que Spielberg ha dado lo más cerca de la diana que seguramente se puede alcanzar en este 2005, dominado por la inestabilidad y la incertidumbre en el Oriente Medio. Recordemos al dirigente maoísta chino al que le preguntaron su opinión sobre la Revolución Francesa y respondió que aún estábamos demasiado cerca para emitir un juicio.

La cuestión judía
Otra de las claves de la película reside en la interrogación por parte de Spielberg de la identidad judía. El judaísmo de la diáspora, cosmopolita y esencialmente desarraigado, y que ha hecho de ese desarraigo su condición de pueblo, frente al judaísmo sionista, que ha planteado la vuelta a la tierra originaria de Israel un programa político (el sionismo es esencialmente laico y socialista) y también religioso.
Spielberg pone en imágenes la dualidad del alma judía desde la creación del Estado de Israel. Por ello, ese plano final de las Torres Gemelas que sirve, a la vez, de metáfora de otras violencias y otras respuestas a la violencia, es sobre todo un símbolo de la patria elegida por Spielberg y su alter ego Avner frente al judío sionista que no acepta su invitación a compartir el pan. Spielberg, es cierto, es un judío que cuestiona la santificación de Israel como patria de los judíos, a los que presenta Nueva York y los EE.UU. como una patria alternativa, de manera semejante a como lo están haciendo otros judío-americanos como Saul Bellow o Philip Roth. Y tampoco es de extrañar que esta alternativa del judaismo de la diáspora sea percibida como una amenaza para Israel y, en cuanto tal, criticable. Pero lo que es indiscutible, y sería una confusión categorial tremenda, es que el artificio cinematográfico a través del cual Spielberg muestra sus cartas es irreprochable. La esencia del judaísmo de la diáspora es haber sido un pueblo de la Palabra, desligado incluso de la presencia divina para entroncar directamente con el Logos griego. Nada más ajeno a esta concepción del judaismo que un nacionalismo territorial o étnico, por definición estrecho en su concepción y corto en sus miras.

En un foro en El País, a Vargas Llosa le planteaban:
¿Ha visto Munich, de Steven Spielberg? En caso afirmativo, ¿qué le parece?
R. Me parece una extraordinaria película que, al mismo tiempo que cuenta una historia con una extraordinaria solvencia artística, plantea un dilema moral de extrema actualidad. Lo que ese filme describe desborda el conflicto palestino israelí. Es terriblemente injusto que llamen a Munich una película anti semita; creo que es todo lo contrario, está en la tradición judía de plantear la política como un problema moral.

Aunque más que de antisemitismo o antisionismo cabría hablar de a-sionismo, en el sentido de no estar de acuerdo con el planteamiento que quiere situar como único destino de los judíos Israel, o que se deba tener una relación de lealtad y compromiso dogmático con dicho país. Lo que es perfectamente legítimo, y así Spielberg opta por una opción minoritaria pero presente en la discusión judaica sobre su propia identidad y respecto al laberinto de la historia y la política de Israel.
También se ha criticado el film por no contextualizar adecuadamente la reacción antiterrorista israelí. Es verdad que la orden de asesinar a los terroristas palestinos no fue tomada exclusivamente como respuesta a los atentados de Munich, si no que formaba parte de una situación de asfixia de Israel por parte de los Estados árabes vecinos y enemigos. Es fascinante sumergirse en aquel Israel heroico, socialista y laico, esencialmente utópico, de David Ben Gurion, Golda Meir, Moshen Dayan... Como un puñado de israelíes resistieron el ataque y el asalto de cuatro ejércitos árabes (con Sharon liderando a los míticos paracaidistas de la 101)... Hay que conocer la enorme presión que sufrían entonces los israelíes, a punto literalmente de ser echados al mar, para comprender el clima de extrema tensión en la que se tomaban las decisiones...
No me extraña que la película de Spielberg sea mejor acogida en Europa que en EE.UU. La comparación con Brockeback Mountain es simplemente imposible por incomparencencia del contrario. Y es que la conciencia multidimensional con la que Spielberg plantea los dilemas morales y políticos no casan bien con la simpleza maniquea con que en EE.UU. se suelen plantear los problemas.

La utopía familiar
Los detalles magníficos de guión van puntuando la película. Golda Meir es presentada al lado de una foto en la que se ve a Nixon, el padre de la política del realismo pragmático junto a Henry Kissinger, riendose a mandibula batiente. O el encuentro con la familia francesa, ácratas emboscados en un reino patriarcal fuera del mundo, proporciona igualmente el marco de la utopía personal spielbergiana, el de la familia unida y feliz, al margen de la política, dominada por un padre bonachón pero terrible. Sin embargo, la familia de Avner está dominada por tres mujeres: su esposa (¡Spielberg incluso filma ahora escenas sexuales!), su madre y, su supermadre, como le indica su mujer: Israel. La traición a esta supermadre por un superpadre, los Estados Unidos, marca la necesidad de Spielberg por encontrar una figura paternal que siempre ha faltado en su cine y que ha actuado a modo de foco atractor para sus personajes.

Afinidades electivas
Del mismo modo que a partir de una imagen de Hooper entendí mejor a Tsai Ming-liang, Munich me ha servido en bandeja una comprensión más cabal de Señales y El bosque de Night Shyamalan, que no por casualidad fue bautizado por Time como el nuevo Spielberg.

PD. Otras lecturas de provecho: La ya mencionada en Libertad Digital. La de Frodon en Cahier du Cinema (gracias Álvaro). La desde dentro de Eli Cohen. Y la contextual de Dershowitz en GEES.

No hay comentarios: