De Ermua a Lizarza (por Jon Juaristi)

Si ETA hubiera asesinado a Miguel Ángel Blanco cuando éste salía de casa hacia su trabajo, el 10 de julio de 1997, tal vez no se habría producido la inmensa movilización democrática que hoy recordamos como algo inexplicable y hasta dudoso (¿hubo alguna vez un «espíritu de Ermua»?). Desde la postración y el envilecimiento de la ciudadanía en el País Vasco, donde sólo un puñado de concejales del PP y alguno, muy aislado, del PSE se enfrentan hoy con las bandas abertzales, se hace difícil imaginar que hace tan sólo diez años la población se volcó en calles y plazas y ocupó durante varios días el espacio público, clamando contra los terroristas y sus cómplices. […] ¿Qué fue lo que catalizó aquella impresionante demostración de vigor cívico? En primer lugar, la singularmente despiadada y sádica ralentización del asesinato, que supuso una interpelación moral para todos y cada uno de los españoles. No había forma de eludirla. Quienes aprobaron el crimen o no se sintieron incumbidos por la suerte del joven concejal de Ermua quedaron definidos, ante sí mismos y ante los demás, como indignos de vivir en sociedad con gente civilizada. […] Era imposible sustraerse al deber cívico de intentar salvar a Miguel Ángel Blanco y no había otra forma de hacerlo que presionar sobre la trama civil del terrorismo, dejando claro que Batasuna pagaría con la exclusión social y la desaparición política su responsabilidad en la muerte del concejal secuestrado. Sigue leyendo en ABC

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