Aunque bajo gobierno socialista, España está regida por un bloque de independentistas, comunistas y regionalistas que llamaríamos Frente Popular si no fuera que es un Frente Antipopular (FA), porque su principal objetivo es desmantelar, precisamente, al Partido Popular, que representa a media España.
Cuando ZP, De la Vega, Rubalcaba o el portavoz socialista López Garrido afirman que todos los partidos están contra el PP, debe interpretarse que esa hostilidad corresponde a la coalición gobernante enfrentada a la única oposición existente.
España ha derivado en menos de tres años de un sistema pluripartidista a un bipartidismo en el que la oposición centroderechista es más progresista en algunos aspectos que el Frente Antipopular.
Cuando el PSOE era únicamente un partido de izquierdas y no la cabeza del FA, consideraba a todos los ciudadanos iguales siguiendo las inspiraciones revolucionarias francesa, marxista, pablista y reformista del felipismo.
La necesidad de que algunos independentistas ultras ayudaran a que ZP pudiera gobernar desmanteló la solidaridad socialista, su doctrina fundamental, y los ciudadanos dejaron de tener los mismos derechos y deberes.
Renació así desde el Gobierno la ideología antisocialista, preilustrada y preindustrial, según la cual el origen histórico y geográfico establece disparidades, como ha aprobado el Estatuto de Cataluña.
El PP, que se oponía a esta distinción, fue el único que defendió los avances sociales que habían sido patrimonio de la izquierda, puesto que la derecha era la que defendía antes tales diferencias. Las ideologías, al revés.
Tras renunciar a su identidad, el PSOE rodó al abismo: cesiones a los independentistas no violentos, como el PNV y ERC, y promesas a los agresivos, como Batasuna.
Y para ocultar esas desviaciones, acusa sistemáticamente de deslealtad a la única oposición existente y a los socialistas que denuncian esta traición a la ideología.
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