Por CARLOS LUIS RODRÍGUEZ en El Correo Gallego
Aquella canción que amenizaba las excursiones, acaba siendo premonitorio, al menos parcialmente. No sabemos si por el mar correrá la liebre, pero sí que veremos pronto por el monte a las sardinas, rodaballos, mejillones, a las ostras y demás especies acuícolas, obligadas por Medio Ambiente a una emigración masiva que las alejará del mar, quizá entonando la queja de Rosalía. Adiós mares, adiós costas.
El plan de la ministra es liberar la zona costera de granjas marinas, plantas de transformación de pescado, conserveras y cocederos de marisco. ¿Quedan prohibidos? De ningún modo. Sólo serán obligados a internarse tierra adentro, de forma que esa industria que estaba en Muxía irá a parar a Fonsagrada, y la de Ribeira podrá seguir funcionando como si nada en Lalín.
Es cierto que las especies tendrán que aclimatarse a su nuevo medio natural, pero Darwin demostró que la evolución opera enormes prodigios. Según parece, la vida surge del agua y luego se va adaptando a la tierra, lo cual hace que seres que empiezan siendo peces, se acostumbren con el paso del tiempo a vivir en la tierra, a desarrollar la inteligencia, e incluso a utilizarla para desempeñar un cargo ministerial.
La señora Narbona es un ejemplo. Con su iniciativa liberadora, la costa gallega recuperará el aspecto que tenía en el Génesis, y la Galicia interior encontrará un medio de vida que atenúe su crisis. Pescados y mariscos sustituirán a la vaca sacrificada en el altar de la Unión Europea. El típico prado con el ganado vacuno pastando, se transformará en grandes piscinas donde mariscos y pescados disfrutarán de su nueva vida, no sin añorar durante un tiempo aquellos aires marinos que dejaron atrás.
La idea ministerial es tan buena, que extraña su poca ambición. Sólo se habla del perímetro costero. ¿Y las rías? ¿No serían más naturales si la liberación ambiental llegara también a ellas, suprimiendo las bateas? Imagine doña Cristina lo que sería la vista de la ría de Arousa sin esos feos aditamentos que estropean el paisaje.
Ni siquiera precisa alterar sus sólidos argumentos. Se señala por el Ministerio que las conserveras y demás ocupan terrenos costeros que son de todos. También lo es el agua de las rías. Añade el departamento de la señora Narbona, que estas instalaciones transforman y artificializan el litoral, cosa que igualmente sucede con las bateas. Pide, en consecuencia con lo apuntado anteriormente, que los propietarios de las explotaciones acuícolas se busquen terrenos privados, algo que habría que exigirle en justa reciprocidad marina al bateeiro.
El objetará que las bateas sólo pueden estar dónde están. Burdas disculpas. Todo el mundo sabe que, de la misma forma que una piscifactoría ubicada en Carnota puede funcionar sin problema en Curtis, las bateas de Arousa podrían instalarse en A Terra Cha, con la comodidad añadida de que los bateeiros irían andando a recoger el marisco, y no como ahora. En resumen, que sólo el deseo de dañar el medio natural justifica que las bateas sigan ahí.
Esperemos que sea por poco tiempo. Ya es hora de acabar con este desorden que permite que las conserveras estén en la costa, y las bateas en la ría. En ningún país del mundo sucede algo semejante, gracias a ordenanzas que obligan a situar en el interior, y a poder ser en la montaña, las industrias relacionadas con la pesca y el marisqueo. Llevar al monte las sardinas, como dice la copla, sólo es una forma de deslocalización, cuyo mérito comparten Darwin y Narbona.
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