Una de las últimas veces que este gran filósofo y periodista salió en televisión declaró que prefería definirse liberal a definirse de derechas. Yo le entiendo perfectamente, ya que importantes sectores de la derecha prefirieron la URSS a los USA, y luego a Sadam Hussein que a Bush. Revel no cesó de criticar, polemizar, despotricar, contra esa derecha que compartía con la izquierda su obsesión de que un Estado muy potente podía decidir por los ciudadanos mejor que ellos mismos por sí solos.
Jean François Revel recibió la medalla de
Todos los liberales del mundo, especialmente los europeos, nos hemos hecho alguna vez estas preguntas: ¿por qué el liberalismo, la filosofía social y política que ha civilizado el mundo, que ha emancipado al hombre de todo género de servidumbres y que ha sacado de la miseria a todos los pueblos que la han puesto en práctica, despierta tanta animadversión y es objeto de tantas tergiversaciones y calumnias? ¿Y por qué el comunismo, tras su estrepitoso fracaso y tras comprobarse su legado de miseria, de represión y de crímenes, todavía tiene defensores?
Estas preguntas, y muchas otras por el estilo, carecerían de respuesta si admitiéramos que nuestros adversarios están imbuidos de buena fe. Que anhelan tanto como nosotros el progreso y el bienestar de la Humanidad pero que, sin embargo, han cometido un error intelectual. Los liberales y, en general, los defensores de la civilización occidental, no hemos ahorrado esfuerzos para depurar nuestras doctrinas y hacerlas más completas y más comprensibles tanto para nuestros adversarios en particular como para nuestros conciudadanos en general. La labor de los grandes teóricos y defensores del liberalismo –Mises, Hayek, Friedman, Becker, Popper, Aron, Berlin, etc.– durante el siglo XX estuvo dedicada casi en exclusiva a encontrar argumentos y demostraciones racionales que pudieran convencer a nuestros adversarios de la superioridad teórica, ética y práctica de los órdenes sociales basados en los postulados liberales. Sin embargo, esos esfuerzos han sido, en su mayor parte, infructuosos. Y la prueba está en que, para muchos de nuestros conciudadanos, la utopía socialista sigue siendo sinónimo de justicia, igualdad, paz, tolerancia, libertad y progreso.
¿Cuál ha sido, pues, nuestro error? Los ensayos de Jean François Revel nos dan la respuesta a esta pregunta: los defensores del liberalismo hemos cometido durante mucho tiempo el mismo error que cometieron los liberales del siglo XIX. En nuestra calidad de herederos del pensamiento racional grecolatino, hemos creído que, al igual que la luz elimina por sí misma las tinieblas, la sola exposición de la verdad es suficiente para desterrar automáticamente los errores y las doctrinas falaces.
Revel nos ha demostrado en El conocimiento inútil, en La gran mascarada y en La obsesión antiamericana que los enemigos del liberalismo no están animados de las mismas buenas intenciones que nosotros compartimos. Que no utilizan su capacidad racional para acercarse a la verdad, sino más bien para diseñar estrategias que logren ocultar, dulcificar o tergiversar las duras verdades que revelan tanto la teoría como la práctica histórica del socialismo.
Así, y parafraseando los títulos de las obras más recientes y conocidas de Revel en España, los enemigos de la libertad han logrado convertir en inútiles todos los conocimientos que los teóricos del liberalismo y los historiadores han aportado acerca de la utopía más trágica que ha conocido la Humanidad. Han logrado ocultar, en una gran mascarada de calumnias y tergiversaciones, todas sus culpas y responsabilidades morales por los millones de víctimas del comunismo. Y han conseguido cargar esas culpas y responsabilidades sobre su gran chivo expiatorio: los EEUU, la nación que más ha contribuido en el siglo XX a la defensa de la libertad en el mundo.
En definitiva, los liberales hemos pecado de optimismo y de ingenuidad. No hemos sabido advertir que el ataque de los enemigos de la libertad ha sido deliberada y perfectamente planeado, pues se ha dirigido precisamente allí donde podía hacer más daño: a corromper y demoler los fundamentos que sostienen nuestra sociedad. Para destruir una sociedad que depende de la observación de ciertas normas éticas, del ejercicio de la razón, del conocimiento científico y de la información veraz es preciso destruir o corromper la ética, negar la capacidad de la razón, poner en duda el conocimiento científico. Y, sobre todo, es necesario contaminar las fuentes de formación y de información de los ciudadanos: la educación y los medios de comunicación.
Hoy en día, al igual que en la época en que Revel publicó su primer gran ensayo, Ni Marx ni Jesús, criticar abiertamente y sin complejos el totalitarismo comunista y, al mismo tiempo, defender el liberalismo, son bazas seguras para ser tildado de loco fascista y para ser marginado de la esfera intelectual.
Pero la supervivencia de nuestra civilización depende en muy gran medida de nuestra capacidad para convencer a la opinión pública de que sólo una auténtica democracia liberal y una verdadera economía de mercado pueden garantizar la libertad, el bienestar y el progreso de la Humanidad. Especialmente el de los más desfavorecidos.
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