CRISIS OF ABUNDANCE
Crisis del intervencionismo sanitario
Por Juan Ramón Rallo en Libertad Digital
En realidad, la sanidad estadounidense dista de ser un modelo organizado en torno al libre mercado. Recordemos que en 1965 el belicista Lyndon Johnson enmendó
Sin embargo, todo esto no explica la recurrente afirmación socialista de por qué EEUU gasta más en sanidad y, en cambio, no obtiene un mejor tratamiento sanitario reflejado en una mayor esperanza de vida. La tergiversación se encuentra en la última parte de
La tesis de Kling es que los estadounidenses reciben una cobertura sanitaria mucho más completa en lo que él denomina premium medicine, esto es, un tratamiento médico de alta calidad caracterizado por "un recurrente uso de especialistas, una utilización muy extendida de procedimientos de diagnóstico de alta tecnología y un número grande y variado de cirugías".
EEUU es el país del mundo con una mayor ratio médicos especialistas/generalistas; se dan 1.400 visitas al especialista por cada 1.000 habitantes; los bypass son tres veces más abundantes que en Francia; las angioplastias son siete veces más frecuentes que en Reino Unido; hay un gastroenterólogo por cada 30.000 habitantes (en Canadá, 1 por cada 100.000); el número de máquinas que realizan resonancias magnéticas es de 7.000 (en España, unas 200), y el de máquinas que realizan tomografías computerizadas es de 7.300 (en España, unas 450).
Es evidente, por tanto, que estamos ante una medicina de elevada precisión y calidad, lo que, necesariamente, tiene que elevar los costes de la sanidad. ¿Pero por qué no eleva la esperanza de vida?
Si nos fijamos, la característica de esta premium medicine es que en buena medida se trata de una medicina preventiva que no tiene por qué afectar significativamente a la esperanza de vida. Si todos los estadounidenses recurren cada mes a un tratamiento para detectar el cáncer, los costes de la sanidad se dispararán, pero la esperanza de vida no aumentará de modo apreciable
Pongamos el siguiente ejemplo: tenemos una población de 100 personas con una esperanza de vida de 100 años. Diez de estas cien personas desarrollarán un cáncer que reducirá su vida a la mitad, 50 años. La esperanza de vida de esta población es de 95 años, y su gasto sanitario en prevenir el cáncer, cero.
Supongamos ahora que esta misma población decide someterse a un tratamiento mensual para detectar el cáncer que tiene unos costes anuales de 5.000 dólares por persona. En este caso, las diez personas que hubieran desarrollado el mal podrán combatirlo a tiempo, por lo que la esperanza de vida de la comunidad aumentará a 100 años, y su gasto sanitario total se elevará a 500.000 dólares.
En principio, podríamos decir que la segunda comunidad gasta mucho más que la primera y sólo logra un incremento de la esperanza de vida de cinco años por persona. La razón es simple: aunque los 100 individuos gastan para localizar el cáncer, sólo en 10 casos el tratamiento diagnostica la enfermedad y tiene utilidad curativa. Desde una perspectiva puramente socialista y centralista, las 90 personas que no habrían desarrollado cáncer y que gastan 5.000 dólares en detectarlo están despilfarrando el dinero; aun cuando no lo hubieran gastado, su duración de vida habría sido idéntica. Sin embargo, desde un punto de vista individual, el gasto de los 5.000 dólares no ha sido inútil, ya que ha reportado seguridad y confort a cada paciente.
La premium medicine opera de esta forma: en lugar de no hacer nada o recetar curas intuitivas que no aseguran al 100% la curación, trata de buscar las causas de la enfermedad concreta para ofrecer la cura adecuada.
Por ejemplo, si sufrimos tos tenemos tres opciones: no ir al médico y esperar a que se nos pase, ir al médico y que nos recete un bote de Romilar que cuesta poco más de dos euros o someternos a un costoso tratamiento para detectar si la tos es un síntoma de bronquitis. Las dos primeras vías son la espina dorsal de la sanidad europea, y, evidentemente, son las más baratos y económicas; la última es la premium medicine característica de los EEUU. La premium medicine no logra grandes diferencias en la esperanza de vida agregada, ya que en buena medida se verán contrarrestadas por otros factores mucho más decisivos, como la alimentación, el clima o los accidentes de tráfico.
En definitiva, el libro de Arnold Kling ilustra perfectamente por qué EEUU padece una crisis de abundancia: su cobertura sanitaria no tiene parangón en el mundo, y eso hay que pagarlo. Con todo, Kling no explica el punto clave en toda esta historia: ¿a qué se debe la exagerada difusión de la premium en EEUU? Una posibilidad sería pensar que los estadounidenses están, efectivamente, dispuestos a gastar todo ese dinero en sanidad; otra, explorar si existe algún tipo de perturbación en el comportamiento de los individuos.
Aunque Kling no lo explica –y esto le conduce a otros errores de análisis–, la difusión de la premium medicine en EEUU se debe esencialmente a la socialización de los costes de la medicina que ha propiciado el Gobierno desde Franklin Delano Roosevelt. Durante
La socialización de los costes es la mejor receta para que se disparen. Imaginemos que un grupo de 100 personas acude a un restaurante de lujo y decide que cada uno pagará una centésima parte de la cuenta, con independencia de lo que haya comido. Todo el mundo tenderá a pedirse los platos más caros, sabiendo que la mayor parte de los costes recaerá en las 99 personas restantes. En medicina ocurre lo mismo: la extrema socialización de los costes favorecida por un seguro cuasiobligatorio multiplica la velocidad de extensión de los procedimientos de alta tecnología. Todo el mundo quiere utilizar las últimas innovaciones y los medicamentos más caros, conscientes de que son otros quienes pagan
En un sistema de sanidad socialista como el europeo este problema no existe: es el Gobierno quien elige cuánto dinero recauda de los contribuyentes y qué servicios les proporciona a cambio. La voluntad del consumidor no cuenta para nada. Eso sí, en lugar de precios o primas de seguro crecientes, los europeos sufrimos una calidad de servicios decrecientes. No pagamos más, pero sufrimos las listas de espera y el colapso sanitario. En lugar de competir mediante los precios, competimos mediante las colas.
La socialización de la sanidad provoca una paradoja que muy pocos entienden: quienes se encuentran dentro del sistema obtienen una magnífica cobertura a costa de quienes están fuera. Es la lógica del intervencionismo: robar a unos para entregárselo a otros. La solución, de nuevo, no pasa por añadir más intervencionismo al sistema sanitario, sino regresar a uno basado por completo en el libre mercado. Un sistema donde los seguros sanitarios no se concedan de modo casi automático, donde las consultas ordinarias se paguen con cargo al ahorro, donde no existan licencias que restrinjan la libre oferta de facultativos, donde no se considere criminales a los médicos por prescribir un tratamiento en función de la disposición al pago del cliente y donde no existan programas gubernamentales tan costosos como Medicaid y Medicare.
Como dice Kling, EEUU sufre una crisis de abundancia, pero de abundancia de socialismo e intervencionismo. Padece tal crisis por haber abandonado los principios liberales sobre los que floreció y por los que se convirtió en el país más desarrollado del mundo.
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