United 93

El primer vuelo de nuestra era
Por Álvaro Martín

El vuelo United Airlines 93 salió del aeropuerto neoyorquino de Newark con destino a San Francisco la mañana del 11 de septiembre de 2001. Sus treinta y tres pasajeros fueron los primeros en vivir y en morir en una era que nació poco después de que embarcaran. Los primeros alistados forzosamente en una guerra cuya existencia ignoraban cuando entregaron sus tarjetas de embarque. Los únicos que ganaron la batalla ese día, poniendo punto final a la técnica de utilizar aviones comerciales como armas de destrucción masiva apenas una hora después de que hubiera comenzado.
Los pasajeros, perfectos extraños convertidos en hermanos de sangre, fueron conscientes de lo que había ocurrido en Manhattan a través de comunicaciones telefónicas en pleno vuelo y comprendieron que el avión de United no había sido secuestrado para negociar, reivindicar o hacer propaganda, sino como un misil improvisado, parte de un ataque coordinado contra la humanidad civilizada. Y contraatacaron para malograr otro –y potencialmente fatal– disparo contra el corazón de la libertad. Y aceptaron perder la vida en la empresa.
La deuda de gratitud de la civilización para con ellos es impagable. United 93, del director Paul Greengrass (conocido por Bloody Sunday o The Bourne Supremacy), estrenada en EEUU el 28 de abril, es, al menos, un tributo decente a su memoria, sepultada por la corrección política alianza-civilizatoria impuesta por los medios de comunicación a ambos lados del Atlántico.
Recordar a los héroes del United 93 es, ciertamente, recordar la cuestión fundamental de nuestro tiempo. Esa cuestión, en palabras del propio Greengrass, es: "¿Nos sentamos pasivamente, en la esperanza de que todo va a salir bien, o nos defendemos y contraatacamos antes de que nos golpeen?".
Una circunstancia fortuita, el retraso de 47 minutos del vuelo, proyectó a sus pasajeros hacia el futuro, hacia el nuevo mundo alumbrado esa mañana. De no haber mediado el retraso, aquellos no hubieran sabido de los ataques a Nueva York ni reconocido el propósito de los secuestradores. El United 93 se hubiera estrellado en Washington, contra el Capitolio o la Casa Blanca, de forma sincronizada con los vuelos AA 11 y UA 175 que impactaron contra el World Trade Center.
Paul Greengrass reconstruye lo que ocurrió durante los 90 minutos que duró el vuelo sobre la base de dos docenas de llamadas telefónicas por parte de los pasajeros y la tripulación y 30 minutos de grabaciones de los acontecimientos en la cabina de los pilotos. Su película transcurre en tiempo real. La fotografía y los movimientos de la cámara otorgan una cierta –y ciertamente deliberada– cualidad documental al filme, como si éste fuera una grabación apresurada y sin editar. Los actores son desconocidos, pero entre ellos se encuentran dos personas reales representándose a sí mismas: Ben Sliney, el controlador de Rendon (Virginia), y el comandante James Fox, de la base de la Fuerza Aérea en Cape Cod (Massachusetts). Greengrass, en un sentido esencial, ha reconstruido las imágenes que faltaban del 11 de Septiembre, completando lo que hasta ahora se nos había hurtado para comprender lo que ocurrió ese día.
La primera parte del filme se centra en el contexto genérico del vuelo. Las operaciones de ordenación del tráfico aéreo, los trámites familiares para los pasajeros en un aeropuerto, la confusión que rodea el extravío del vuelo American Airlines 11, la incredulidad sobre el punto de su desaparición en la pantalla de un controlador aéreo. Y ese instante marca el final del 11 de septiembre como una realidad virtual, prendida de las voces de los controladores y de las señales de radar, para transformarse en lo que hoy sabemos que fue. Greengrass marca esa transición mostrando el siniestro, 16 minutos después, del vuelo UA 175, estrellado contra la Torre Norte del WTC, que ya no ocurre en el anonimato de una pantalla de radar, sino a plena vista.
En ese cuarto de hora dio comienzo la guerra que verá sobrevivir –o no– el principio de separación entre Iglesia y Estado y, con él, toda la civilización erigida sobre esa base. En ese cuarto de hora, el United 93 inauguró el primer capítulo de la historia contemporánea.
En la segunda parte de United 93 el director describe la última hora de vida de los pasajeros a bordo del avión, y nos lleva a un lugar y a un tiempo de indescriptible angustia que sólo conocíamos por el testimonio de los familiares de las víctimas. El momento en que conocen los atentados contra el WTC, en que interiorizan el destino que les aguarda, cómo se organizan para hacerle frente y cómo se rebelan por salvar su vida y preservar la nuestra. Greengrass dramatiza su propia elección moral haciendo aparecer a un pasajero que exhorta a los demás a la pasividad ("Si hacemos lo que nos dicen no nos pasará nada") incluso mucho después de que resulte evidente que la pasividad es lo mismo que el suicidio (estupenda metáfora de la fibra moral de los líderes occidentales en general). Afortunadamente, los pasajeros del United 93 estaban hechos de un material diferente.
United 93 es la historia de un conflicto que enfrenta a aquellos para los que el suicidio y el asesinato son una forma superior de vida contra todos los demás. Los pasajeros que dieron su vida en un campo de Pennsylvania proclamaron hasta la última medida de su valentía y devoción una verdad más trascendente. La de que la defensa de la vida propia y ajena es la causa por la que uno debe estar dispuesto a morir.
United 93 les hace justicia, y ése es el mayor elogio que cabe hacer. Vayan a verla.

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