Por I. SÁNCHEZ CÁMARA
Lo más relevante, desde el punto de vista político, que ha sucedido en España desde 1976, incluido el día de ayer, es la aprobación por la Comisión constitucional del Congreso del proyecto de Estatuto de Cataluña. Lo peor y más grave no es un texto intervencionista y con aspectos totalitarios. Ni siquiera lo es la imposibilidad de su encaje dentro de la Carta Magna. La mano del Gobierno también alcanza al Tribunal Constitucional. Desde la Constitución de Cádiz, ningún Parlamento español había asumido la existencia de una nación que no fuera la española. Una España agoniza. Ignoramos si sobrevivirá otra. Pero, en caso afirmativo, no será la España liberal y constitucional de la concordia nacional. Sin embargo, habrá que hablar de la tregua de ETA. ¿Cuántas van? El Gobierno conocía, como publicaba ayer ABC, la muerte masiva de inmigrantes ilegales. Y lo ocultó. Y los «protestantes» progresistas guardan silencio. Nunca más. No nos merecemos un Gobierno que oculta la verdad. Pero habrá que hablar de la tregua de ETA, que ni abandona definitivamente el terror, sólo lo aplaza, ni anuncia su disolución, al contrario, se afirma y aspira a controlar el «proceso». Si España deja de ser una nación, ETA triunfa. Pongamos que el diagnóstico sea exagerado, aunque no lo creo. En el mejor de los casos, el nacionalismo obtiene una nueva victoria, a pesar de ser muy minoritario en el conjunto de España y represente, como mucho, a la mitad de los votantes de Cataluña y el País Vasco. ¿Por qué, sin embargo, se impone? La respuesta está en el Gobierno, y, también, en el mayor error de la transición. Pero habrá que hablar de la tregua etarra. Una más. Y habrá que recordar una exigencia moral: no pagar precio político. ¿No se ha pagado ya? ¿Al menos, un sustancioso anticipo?
El comunicado de ETA se produce apenas 24 horas después de la aprobación por la Comisión constitucional del Congreso de la condición nacional de Cataluña. ¿Cómo no relacionar los dos hechos, máxime si se considera que Carod-Rovira excluye esa relación? Por lo demás, el precio está tasado por la banda terrorista: beneficios judiciales, policiales y penitenciarios («cese de la represión») y derecho de autodeterminación. En los dos aspectos, el Gobierno ha hecho ya «generosas» concesiones: nueva política antiterrorista y penitenciaria, y nueva política territorial, con la definición de Cataluña como nación (¿cabrá negar esta condición al País Vasco?). No parece aventurado pensar que el Gobierno ha cumplido ya la mayor parte de su parte. Queda la autodeterminación. Todo se andará. ¿Es posible negar la autodeterminación a una nación? Y a esto llaman paz. Como si la paz no fuera el resultado de la justicia. La paz no es la meta sino el camino (Gandhi). Pero siempre habrá quien llame paz a la derrota y la claudicación. Cuando una de las partes gana, hay «paz». Al menos, por algún tiempo. No hay más remedio que hablar de la tregua. Pero algunos contemplamos también lo que queda del pulso a una España que agoniza.
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