Los diputados socialistas críticos con el estatuto, veteranos y guerristas, acataron la disciplina de grupo, entre aplausos de sus compañeros y abucheos del PP
ÁNGEL COLLADO en ABC
«La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de
El Congreso dio el paso decisivo para otorgar el título de nación a Cataluña, un gran éxito celebrado por los nacionalistas y un desastre para el PP, el principio del fin de la España constitucional. Para el guión oficial del PSOE era una mera «profundización del modelo autonómico» que su jefe, Rodríguez Zapatero, no se molestó en defender.
Los diputados de las provincias controladas por dirigentes regionales del PSOE o ministros que habían criticado la aceptación legal del principio nacionalista -Bono, Ibarra, Vázquez, Guerra, Simancas y Chaves al principio- e incluso asegurado que dejarían el cargo en el Gobierno votaron exactamente igual que los incondicionales de Zapatero y los del PSC, de Maragall y de Montilla.
La iniciativa del PP de exigir votación nominal no pretendía buscar indisciplinas -para eso está la secreta- pero sí ver cómo se pronunciaba cada uno. Y dio aliciente al acto. El primero que creó expectación fue José Acosta, antiguo jefe del sector guerrista en
Guerra era el más esperado. Sonrió al tendido nada más empezar a levantarse del escaño y acató la disciplina de grupo como uno más. Pero dio la nota después. En cuanto cesó el recitado de nombres y el presidente del Congreso dijo que se abrieran las puertas, el ex vicepresidente del Gobierno abandonó a toda prisa el escaño, sin esperar que se leyera el resultado final de
Si era el principio del fin de la España constitucional de 1978, «el progenitor B» -el PSOE- se apuntó al proceso unido y sin hacer caso de otro artículo de la Constitución, el 67.1: «Los miembros de las Cortes no estarán ligados por mandato imperativo». El escaño antes que la conciencia.
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