Entre el escaño y la conciencia

Los diputados socialistas críticos con el estatuto, veteranos y guerristas, acataron la disciplina de grupo, entre aplausos de sus compañeros y abucheos del PP

ÁNGEL COLLADO en ABC

«La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles» (art. 2). «El parlamento de Cataluña...ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación. La Constitución española, en su artículo segundo, reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad» (preámbulo del nuevo Estatuto catalán). El grupo parlamentario socialista admitió ayer con la disciplina prevista que entre esos dos artículos no hay contradicciones. Y sus diputados se retrataron, algunos con cierta vergüenza -veteranos y partidarios de Alfonso Guerra-, cuando desde su escaño decían el «sí» entre los aplausos de la mayoría de sus compañeros que les agradecían que no votaran en conciencia o en consecuencia con lo que defendían hasta hace pocos días.

El Congreso dio el paso decisivo para otorgar el título de nación a Cataluña, un gran éxito celebrado por los nacionalistas y un desastre para el PP, el principio del fin de la España constitucional. Para el guión oficial del PSOE era una mera «profundización del modelo autonómico» que su jefe, Rodríguez Zapatero, no se molestó en defender.

Los diputados de las provincias controladas por dirigentes regionales del PSOE o ministros que habían criticado la aceptación legal del principio nacionalista -Bono, Ibarra, Vázquez, Guerra, Simancas y Chaves al principio- e incluso asegurado que dejarían el cargo en el Gobierno votaron exactamente igual que los incondicionales de Zapatero y los del PSC, de Maragall y de Montilla.

La iniciativa del PP de exigir votación nominal no pretendía buscar indisciplinas -para eso está la secreta- pero sí ver cómo se pronunciaba cada uno. Y dio aliciente al acto. El primero que creó expectación fue José Acosta, antiguo jefe del sector guerrista en la Federación Socialista Madrileña. Dijo un «pues, sí» para pasar el trago y se sentó mientras los parlamentarios del PP hacían públicas expresiones de irónica decepción. Luego siguieron José María Benegas con parecido eco y Francisco Fernández Marugán, que fue al que más le costó que se le oyera el «sí». Ante los apuros de los críticos socialistas con el Estatuto -en términos intelectuales- los diputados del PP se animaron a continuar con sus semi abucheos y los del PSOE a prorrumpir en aplausos cada vez que un guerrista era nombrado. Sobre alguno de los diputados más curtidos había duda de que acudiera a votar. Pero ni Joaquín Leguina se ausentó, aunque musitó el monosílabo con desgana.

Guerra era el más esperado. Sonrió al tendido nada más empezar a levantarse del escaño y acató la disciplina de grupo como uno más. Pero dio la nota después. En cuanto cesó el recitado de nombres y el presidente del Congreso dijo que se abrieran las puertas, el ex vicepresidente del Gobierno abandonó a toda prisa el escaño, sin esperar que se leyera el resultado final de la votación. Escuchó nuevos abucheos, pero se evitó ver las celebraciones nacionalistas y participar en la ceremonia final de sus compañeros de filas, con Zapatero al frente, que consistía en aplaudir con la mirada puesta en el panel con el resultado.

Si era el principio del fin de la España constitucional de 1978, «el progenitor B» -el PSOE- se apuntó al proceso unido y sin hacer caso de otro artículo de la Constitución, el 67.1: «Los miembros de las Cortes no estarán ligados por mandato imperativo». El escaño antes que la conciencia.

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