Crítica de la razón flácida (Ignacio Sánchez Cámara en ABCD)

Por Ignacio Sánchez Cámara en ABCD.

El fraude del buenismo. Valentí Puig (COORD.) Faes. Madrid, 2005. 95 páginas, 6 euros.

Pensar, como vivir, es tarea ardua, dura. El «niño mimado» y el «señorito satisfecho», las dos caras amables, sólo aparentemente, del hombre-masa se volvieron, al rebelarse, de izquierdas. Por eso abunda tanto en nuestro tiempo el acomodado escorado a la siniestra. Hoy son los poderosos los que nos convocan a una revolución,

por supuesto, incruenta, posmoderna y banal. Cuando el hombre piensa poco, el pensamiento se debilita y deviene acontecimiento infrecuente. Cuando deja de pensar del todo y se limita a sentir (en ámbitos propios del pensar), la razón se reblandece y el pensamiento hace mutis. Es el imperio de la razón inconsistente, flácida. El pensamiento se va de vacaciones y las buenas intenciones sientan cátedra. Entre este apoteosis sentimentaloide de la parálisis intelectual, todo el mundo es, como rezaba el castizo eslogan, bueno. Esta nueva tendencia ideológica (seamos piadosos) ha recibido la denominación neologista de «buenismo». FAES celebró el pasado año un Seminario para estudiarlo (es decir, demolerlo pulcramente), que coordinó Valentí Puig, tan conocido como admirado por el lector de ABC. Este libro contiene las cinco ponencias presentadas. La gratísima lectura producirá efectos benéficos para las mentes aquejadas del mal espiritual del tiempo. En su introductoria «Estrategias del "buenismo"», Puig analiza algunos de los rasgos fundamentales de ese «sentimentalismo expansivo» que se ha enseñoreado de las estrategias políticas españolas: el pacifismo como política de Defensa; el multiculturalismo como tolerancia ilimitada; la solidaridad como principio económico; el diálogo como panacea universal; la redistribución de la ignorancia como programa educativo. El presidente Rodríguez Zapatero exhibe los rasgos paradigmáticos de una política «buenista».

«Alianza de civilizaciones». Miquel Porta se encarga del diálogo como terapia «buenista». Frente a la crítica liquidacionista de la sociedad liberal-capitalista, el «buenismo» representa la crítica que se mueve en el ámbito del «pensamiento flácido» que impera en Occidente. El autor critica la falsa ideología del diálogo y propone, frente al «imperialismo del bien», el derecho y el deber a la «intolerancia justa». Florentino Portero analiza el «buenismo» en las relaciones internacionales, que encuentra su expresión ideal en la «Alianza de civilizaciones». Ante la situación provocada por la agresión del terrorismo islamista y la nueva estrategia política de Estados Unidos, se impone lo que Alberto Míguez ha calificado como la «diplomacia del talante», que se deriva de los presupuestos de la nueva mentalidad de izquierdas: la paz como derecho, el diálogo como alternativa, la democracia liberal como forma anacrónica de gobierno, la democracia como amenaza y EE. UU. como quintaesencia del mal. Esta diplomacia neopacifista conduce a la inversión de los valores y a identificar la paz con el triunfo de las dictaduras y las violaciones de derechos humanos.

El «buenismo» jurídico consiste, para Andrés Ollero, en la reivindicación del «derecho a lo torcido», filantropía frenética que, de la mano del relativismo, promueve la inflación de los derechos sin necesidad de fundamentos. Todo deseo de un grupo se convierte por ello en fuente de derechos, sin necesidad de dar cuenta y razón de su fundamento. Tarea, por lo demás, imposible si se prescinde de una concepción del bien y la de la vida correcta. Seis son, según Andrés Ollero, los principios fundamentales de este «buenismo» jurídico, que se sustenta en una ética «buenista»: la prohibición de prohibir; el derecho a todo lo no prohibido; la exclusión de la posibilidad de convencer a los de-más de la validez de las propias convicciones; la tolerancia ilimitada; la falsa idea de que toda desigualdad implica discriminación; y la ciencia en los derechos gratuitos. Ignoran los defensores de esta filantropía jurídica extraviada que sólo hay un derecho a lo recto, no a lo torcido, y que el concepto de lo recto entraña una concepción acerca de la vida moral, buena. Difícilmente podría dejar de aplicarse esta ideología al ámbito de la educación. Si todos somos buenos, más aún lo serán los niños y adolescentes. Xavier Pericay nos advierte de las patologías del «buenismo» pedagógico que destruye los dos pilares sobre los que, según Hannah Arendt, se sustenta toda genuina educación: la autoridad y la tradición. Con ellos se destruye, por un lado, la disciplina, y por el otro la transmisión de los conocimientos. Y triunfa el buen, o mal, salvaje. Se trata del sistema educativo más reaccionario que, al negar la meritocracia, destruye la igualdad de oportunidades.

Extravagante estrategia. Queda, eso sí, la educación en valores, patente para imbuir las preferencias ideológicas de la Administración educativa. Los autores sólo contemplaban el primer año del Gobierno Zapatero. Los meses siguientes no hacen sino confirmar y agravar el diag-nóstico. Sólo queda confiar en las dudas acerca de la rentabilidad a medio y largo plazo de tan extravagante estrategia política que nada tiene que ver con la bondad, pues, como afirma Valentí Puig, «si todo el mundo es bueno, el mal desaparece».

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Prefiero El Mundo

Anónimo dijo...

Los "buenistas" no son los buenos, los que pretenden buena conciencia, sino los neofascistas seguidores de Gustavo Bueno, un filósofo loco crispador e insultón, famoso por aparecer en TV en programas como La máquina de la verdad y por escribir sobre Gran Hermano en Interviu. Antes era marxista pero se ha convertido al PP y llama a la españolización imperialista del nacionalcatolicismo. Luego hay dos sentidos de "buenistas" los que creen en la paz (¡pobres ingenuos!) y los que creen en la guerra, los del viva la muerte, los nuevos legionarios de Cristo.