¡Feliz cumpleaños!
ADOLFO SUAREZ ILLANA
Esto es evidente por innumerables razones, siendo la más clara que hoy, 390 años después, carezco yo de pluma comparable a la del magistral guerrero y sacerdote.
Ha querido Dios que los años que afronta mi padre, desde hace ya algún tiempo, sean vividos por él en un mundo mágico y tan real como el nuestro, pero al que sólo se accede tras cruzar las puertas del corazón, una vez que se abandonan la autocompasión y los prejuicios del intelecto. Reina allí el sentimiento en esencia pura y, curiosamente, se mantiene la personalidad desinhibida. Una vez más, aquellos que, como él, profesamos la fe católica, comprobamos que Dios escribe recto con renglones torcidos y que la enfermedad puede ser una fuente de alegría.
Es error común del laicismo la adoración de la salud y la vida como valores supremos. ¡Qué error, qué inmenso error! -si me permite, don Ricardo, la broma-. Mi padre me enseñó que la vida es «tan sólo» un don divino que debe ser usado para obrar el bien y que se «puede y debe aventurar», como bien le recuerda el hidalgo de la triste figura a su leal Sancho, cuando está en juego un verdadero valor, como es la libertad.
No siempre tiene el maestro la oportunidad de llevar a la práctica sus enseñanzas, como Guzmán. Pero el nuestro la tuvo y, con la naturalidad propia de la grandeza, nos dio una silente lección magistral un ya lejano 23 de febrero. Luego nos daría otra, mayor aún, no recordándolo jamás.
Por encima de la vida: la libertad. Por encima de la salud: la alegría. De necios es aferrarse a aquello que a buen seguro has de perder. Y puesto que lo has de perder, nada mejor que prepararse para afrontar el trance con dignidad.
Me enseñaron mis padres -ambos- que no hay mayor dignidad que la de aquel que afronta los imponderables de la vida, todos, con alegría. Ello no supone rendición ni abandono; sí aceptación y desprendimiento. Ayuda a los que te rodean y a ti mismo. Una vez más, quiso Dios que estas enseñanzas tuvieran su plasmación práctica en el caso de nuestro protagonista. Pero quiso que se dieran en esta ocasión, pues hubo otras no conocidas, dos circunstancias muy especiales: notoriedad y grado heroico.
Hizo presa la enfermedad, y de qué manera, primero en su querida hija Mariam. Poco después, visitaba también a su madre y, más adelante, a su adorada mujer. Aunque sólo parte del inmenso dolor vivido por aquel entonces es conocido, suficiente es para lo que quiero transmitirles. Pese a ello, y gracias especialmente a él y a las enfermas, la familia vivió alguno de los momentos más felices, más profundamente felices como familia que yo recuerdo. Muchos, hasta divertidos. Como siempre, el fin de la vida acabó imponiendo su ley natural y le acompañó el dolor. Sin embargo, no fue el fin de la alegría.
Quizás alguno se asombre de mis palabras. No deseo extenderme mucho en este punto, pero sí me gustaría decir que el verdadero asombro lo produce la inmensa talla espiritual de quienes tuve el honor y el privilegio de tener por padres. Habrá quien diga que tanto dolor le llevó al olvido. Nadie puede negarlo. Ni asegurarlo. Yo, simplemente dudo. Dudo que quien fue capaz de tratar al triunfo y a la derrota de igual forma; que quien mantuvo su virtud mientras hablaba a las multitudes; que quien anduvo con reyes sin perder el sentido común... no pudiera afrontar más sin dejar de recordar.
Pero quiso Dios... y quiso que siguiera siendo feliz. Ni yo, ni mis hermanos, que tenemos la responsabilidad y el inmenso honor de cuidar de él, detectamos sufrimiento alguno. Sigue siendo el gran hombre de siempre, aun perdido en sus alturas, y su discurso sigue siendo el mismo, si le miras a los ojos y le escuchas con el corazón.
Sé que vivió siempre agradecido por que le dieron la oportunidad de hacer aquello que soñaba. Ese fue su gran premio y su gran honor. Todos los que vinieron después, incluidos los que hoy llegan, lo hacen a tiempo y se suman a aquellos engrandeciéndolos y llenándonos de legítimo orgullo, me atrevería a decir que no sólo a su familia, sino a toda España.
Pero hoy, que cumple 75 años, me van a permitir que les reclame un regalo muy especial. El pasó mucho tiempo pidiendo una oración por sus seres queridos. Se lo pidió incluso a ateos militantes. A todos ellos y a los que esto leen, les pido yo, en su nombre, una oración por él. Sé que muchos ya lo hacen, y se nota. Por eso mismo, me permito animarles de nuevo: pídanle a ese Dios que siempre le acompañó y le iluminó, que lo siga haciendo; y, si no es mucho pedir, que lo haga también con nosotros.
¡Muchas gracias a todos! ¡Feliz cumpleaños, papá!
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