Está considerado «el crimen más vil de la historia penal española». No faltan argumentos que sustenten esta afirmación. A Sandra Palo Bermúdez, una chica de 22 años, getafense y con una pequeña discapacidad psíquica, la raptaron, la violaron tres personas, la atropellaron 15 veces y la quemaron con gasolina cuando aún le quedaba vida.
Lo que hicieron aquella noche no fue, ni mucho menos, una experiencia totalmente nueva para esta banda. Los cuatro acumulaban ya entonces alrededor de 700 denuncias. Cada vez que se le detenía, «Rafita» pasaba por una puerta y salía por otra. En los centros, cuando llegaba, preguntaba qué había de cenar, y, si no le gustaba, se iba. «Cuando le juzgaron por lo de mi hija, el padre [de Rafita] acababa de salir de prisión» por un delito de sangre, comenta María del Mar Bermúdez, madre de Sandra. El historial delictivo de este chaval comenzó a los 7 años. Con esa edad ya se dedicaba a los tirones. A los 11 años, pertenecía a la llamada «banda del chupete», bastante conocida: rompían farolas, robaban, quemaban coches en los garajes de Alcorcón. ABC ya daba cuenta, ocho meses antes del asesinato de Sandra, de las tropelías de «Rafita» y sus hermanos. Cuando sólo tenía 13 años, al homicida no se le ocurrió otra cosa que, como un francotirador, disparar desde su casa con una escopeta de perdigones sobre un hombre y una mujer, a los que hirió. Pero «Rafita» no cejaba en su empeño de causar el mal. Cometió varios intentos de agresión sexual, y se dio a la moda del «alunizaje» en escaparates de comercios.
Los informes técnicos que obran en poder del juez indican que su conducta sólo ha avanzado en dos aspectos: se lava y tiene interés por la carpintería. Por lo demás, se le aprecian accesos de ira, egocentrismo, inadaptación, hostilidad, marginalidad crónica, bajo autocontrol... y ha acumulado varias sanciones por agresión.
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