"Apoyo incondicional, dice el tío, mientras el montacargas se lo lleva a los sótanos de la historia sin que él pueda hacer nada más que entrar en estado de pánico."
Rodríguez exige el apoyo incondicional del partido al que ha tratado de expulsar del sistema por todos los medios. Y cuando digo todos, digo todos. Entre los que es posible consignar, destaca el modo en que arrojó los muertos de los trenes sobre el PP, las mentiras que difundió para equivocar las investigaciones desde el primer momento, la manera en que azuzó a sus perros para que corrieran oportunamente a sitiar y a ladrar a la militancia ajena, la innegable presencia de socialistas en esos actos antidemocráticos, la significativa resistencia a condenar lo anterior, su abrazo a los separatistas de toda laya –incluyendo a De Juana, que estaba por la paz, y, por supuesto, a Otegi, de quien Rodríguez cantaba las alabanzas mientras injuriaba a Rajoy–, su intento de entroncar el régimen del 78 con
A ese partido hostigado, calumniado, acorralado y amenazado a la vez desde las instituciones y desde las pocilgas etarras; a ese partido que se sobrepone a tanta desventura porque se yergue sobre la inmensa fuerza de sus gentes y las dos ideas de libertad y España; a ese partido que es víctima tradicional del terrorismo y a la vez víctima central del sectarismo incorregible del PSOE; a ese le pide ahora Rodríguez apoyo incondicional. Justo cuando hasta los más cortitos tienen a la vista el fracaso sin paliativos del entreguismo que ha caracterizado esta legislatura de la vergüenza.
Apoyo incondicional, dice el tío, mientras el montacargas se lo lleva a los sótanos de la historia sin que él pueda hacer nada más que entrar en estado de pánico. Desciende a su infierno como Mickey Rourke al final de Angel Heart, cuando comprende que el malo que andaba buscando era él. Despidámoslo en su descenso. ¡Adiós, Rodríguez! ¡Adiós! ¡Váyase a entroncar con Largo, Negrín, y demás patriotas socialistas!
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