La última chirigota

Por José de Cora

Dicen que los andaluces se desentendieron del estatuto, entre otras razones, porque daban el partido por ganado. ¿Temían acaso que se impusiese el No? ¿Se gana así un referéndum, dejando el voto a los demás?
Algunos llegan al extremo de echarle la culpa al hecho de que en la campaña “no hubo tensión política”. Entonces será verdad también que la mitad de los catalanes se quedaron en casa cuando les tocó lo suyo “por una sobrecarga de tensión”, porque allí vaya si la hubo.
Sabe el maestro Ciruelo las excusas que se inventarán antes de reconocer los auténticos motivos de esos fracasos, cuya naturaleza hay que buscarla en el hartazgo de políticas que enmascaran su ineficacia con continuos desplazamientos formales, con redefiniciones, virajes, pactos, consensos y apoteosis que duran un par de veranillos y que desembocan continuamente en un nuevo proceso del cual, ahora sí, nacerá la paz y la prosperidad.
Los catalanes, los andaluces y todos los que se levantan con el sol a ganar el pan saben que a ellos, en sus respectivos trabajos, no les valen disculpas disuasorias, ni promesas que les permitan ir demorando a cada poco el funcionamiento de sus máquinas. Espere usted un momento, que en cuanto me convierta en realidad nacional, se va a enterar de cómo trabaja el hijo de mi madre.
Con las mismas, están hartos de comprobar cómo es que la clase política se las ingenia para crear problemas donde no existen y de escuchar milongas sobre la maldad intrínseca de los unos, frente a la inmaculada pureza de los otros. Y ese continuo paseo por la fronda de los posibilismos y las indefiniciones acaba por producir resultados de chirigota, como bien encajan los recolectados este domingo de carnaval en las ocho mini realidades nacionales del sur del Estado.
Porque si alguien todavía puede creer que ésa es forma de recibir tan grande culminación de todas las aspiraciones, mejor hará en dar por roto el matrimonio entre el pueblo y sus representantes.

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