Éste fue el artículo de más éxito en estos dos años de "El ciudadano liberal", tanto por el número de lecturas como por la profusión con que fue citado. Parece evidente que este éxito, muy por encima de la media del blog, pone de relevancia la preocupación éxistente por el futuro de la nación y la extraordinaria incidencia del "tema de España" en la actualidad cotidiana. "España, mi amor" fue, asimismo, ampliamente comentado, como puede comprobarse en la misma entrada de enero de 2005.
A mí sí me duele España, aunque reconozco que en esto el ser liberal no pinta nada. Me duele porque sí, porque la quiero, porque me ha dado forma como ser, como individuo, porque es un legado que he recibido del pasado, porque me ha dado dos idiomas, porque mis padres la sintieron como patria, y mis abuelos, y mis bisabuelos y mis tatarabuelos y así durante siglos y siglos, porque hay algo íntimo que comparto con millones de personas, porque estando en cualquier parte de su territorio me siento como en casa, porque es cálida y hermosa, porque es vital y ha sabido sobreponerse a la estupidez de muchos de sus dirigentes, porque ha sobrevivido a las peores adversidades, porque no es insultante con el otro, ni chauvinista, porque a pesar de su mala fama ha sabido conservar un orgullo íntimo que le ha permitido nacer en los tiempos más remotos y seguir joven y lozana tanto tiempo después, porque nadie ni nada ha podido robar su esencia o convertirla en esclava, porque un poco loca como está ha sabido sobreponerse también a sí misma, vencer a muchos de sus fantasmas interiores, de sus miedos, de sus inseguridades, porque ha sabido sortear hasta ahora una violenta corriente de autoodio, porque ha sufrido todo tipo de maldiciones históricas y ha permanecido en pie, heroica hasta cuando sus hijos tuvieron que partir para poder comer pan o libertad, porque ha vencido a la desesperanza, a la pobreza y a las largas noches de piedra de los dictadores de la cruz o de los revolucionarios de la hoz que siega seres humanos. La amo porque existe y forma parte de mí y yo formo parte de ella.
Nada de esto es política, nada de esto es racional, nada de esto, insisto, tiene que ver con el liberalismo. Lo sé.
También amo a este país y, por tanto, me duele, por razones menos sentimentales. A España le debo una cómoda existencia en libertad, un ordenamiento jurídico que garantiza -más o menos y con todas las imperfecciones que se quiera- derechos sin los que no podría vivir y una ya larga paz que no es el producto de la casualidad sino el resultado del aprendizaje de lecciones históricas muy dolorosas. Muy pero que muy dolorosas.
Cómo no me va a doler ver que se olvidan lecciones tan amargas. No puedo comprenderlo. No puedo comprender que haya españoles dispuestos a jugar con éso, dispuestos a hacer política con el corazón en vez de con
Amo este país que es el mío, que es mi casa y que se llama España y me duele terriblemente ver cómo los viejos tumores se vuelven a desarrollar y cómo volvemos a errar el tratamiento.
Me duele España, como ya dolió a otras generaciones. Volvemos a padecer la maldición de los partidos, una suerte de corrupción intelectual que amenaza con llevarse por delante lo que nos ha costado muchos siglos, mucha sangre, mucho sudor y muchas lágrimas construir.
Cada mañana, con las noticias, me pregunto por qué narices soportamos a esta "clase" política medio imbécil y totalmente egoísta que padecemos. Cada mañana me pregunto (y sé que sueño despierto) si se dará el milagro de que los españoles le "agradezcamos" los "servicios prestados" y la mandemos a su casa salvando lo poco salvable que haya.
Pero cada día, con desesperanza, me pregunto cómo es posible que estemos viviendo esta mierda otra vez.
Ya sé que esto casi no es un artículo político y que, aunque no es el caso, se podría romper una vieja nación en mil pedazos respetando los principios liberales. Pero hoy el liberalismo no me puede ayudar porque cuatro fanáticos tienen hambre de catástrofe y todos los demás, en vez de proponerles una pildorita de legalidad, nos ponemos a discutir con ellos. Son pocos y cobardes, sí, y aunque nosotros somos muchísimos más, somos todavía más cobardes.
Amo este país que tal vez muera o tal vez no y hoy quiero proclamarlo públicamente, lo que nunca he hecho hasta ahora, un poco por un prurito de cosmopolitismo, un poco porque he sido educado en la idea de que no hay nada más facha que mostrar orgullo por España. Eso sí, andar todo el día de paseo con ya saben ustedes qué banderas, eso no es facha, ni provinciano, es moderno y cosmopolita. Pues hasta aquí hemos llegado. Basta de tanta bobada. Los españoles podemos estar legítimamente orgullosos del camino recorrido durante el siglo XX. Caímos y supimos levantarnos. No tenemos que pedir perdón por ser lo que somos. Es más, los que nos sentimos españoles hemos cumplido lo que prometimos, lo que no han hecho quienes se regocijan en escupirnos su odio a la cara.
Amar el país propio no puede ser obligatorio, hasta ahí llego. Pero el respeto a la legalidad es lo mínimo exigible en una democracia liberal. La pregunta es ¿dejaremos a estos impresentables que tenemos por representantes que hagan de su capa un sayo, que se pasen las leyes por el forro de sus caprichos y que pongan nuestra patria en almoneda para que unos y otros sigan disponiendo de un rentable modo de vida, traicionando sin recato a quien les paga y les honra con una altísima misión?
A quienes sueñan con ver esa España rota, humillada y arrastrada por el fango les tendremos que soportar sus sueños, pero las leyes que las cumplan, como todo hijo de vecino.
Mientras tanto, pobre iluso, seguiré amando esta España mía, soñando con que algún día sus hijos no sintamos vergüenza de serlo, paso inevitable para que quienes padecen esa extraña enfermedad de odiar a quien te ha parido resulten irrelevantes políticamente.
Mientras tanto, este dolor.
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