En efecto: el adormecimiento de la razón produce monstruos y la actitud de muchos intelectuales españoles respecto a una de sus obligaciones de oficio, esto es, la protección del sentido de las palabras, ha sido lamentable. Desde luego, la palabra nación es un ejemplo emblemático de esta subasta del sentido. Pero no es el único. El concepto de lengua propia es otro ejemplo de una cegadora claridad. ¿Quién debía haber levantado la mano, en Cataluña y en España, ante una locución sin la menor solvencia científica y cuya presencia en el debate político y jurídico sólo tenía por objeto el encubrimiento de una serie de mentiras: mentira a) que los territorios tienen lenguas, y mentira b) que la lengua más usada por los catalanes era (y es) el catalán? Los intelectuales, grosso modo, no levantaron la mano, salvo las conocidas (y tiroteadas) excepciones de Federico Jiménez Losantos y el grupo formado en torno del manifiesto de los 2.300. No levantaron la mano y la circulación del absurdo concepto (ni menos ni más absurdo que el de realidad nacional) ha amparado a la discriminación, y sobre todo la estupidez, en la España contemporánea.
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Vía Coruña Liberal
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