Como la mayoría de los miembros de cualquier gobierno envía a sus hijos a elitistas colegios privados, ninguno de ellos puede exigirle al resto de los españoles que formen a los suyos en centros públicos mal dotados y sin disciplina. Esta ley la cumplen actualmente los del PSOE: por ejemplo, donde estudian los hijos de José Montilla, no hay navajas, una palabra más alta que la otra, rebeliones contra los profesores, huelgas o indisciplina.
Los colegios públicos, cuya calidad y profesorado podrían –y a veces milagrosamente lo consiguen—ser tan buenos o mejores que los privados, son esclavos de unas normas laxas, dictadas no para igualar a los jóvenes en su mejor preparación posible, sino teniendo como techo
En distintos países, entre ellos las socialdemocracias nórdicas como la sueca, los padres pagan el colegio que deseen con el “cheque escolar” que les entrega el Gobierno, y que corresponde a lo que este debe invertir en la educación de cada alumno. No es un valor al portador porque sólo el colegio elegido puede cobrarlo, pero lo que logra este sistema es que los mejores colegios atraigan más cheques, e impulsen a los otros a mejorar, a competir.
La popularización de este sistema era el gran empeño del premio Nóbel de Economía, el estadounidense Milton Friedman, que acaba de fallecer con 94 años, y cuyos proyectos y realizaciones en escuelas, especialmente del tercer mundo, pueden encontrarse en http://www.friedmanfoundation.org
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