Los dos periodistas estadounidenses de la cadena Fox que habían sido secuestrados en Palestina salvaron su vida convirtiéndose obligatoriamente al islam ante las cámaras de televisión. Quedaron marcados para siempre: si apostatan serán condenados a muerte, y cualquier musulmán piadoso debería asesinarlos.
Posguerra española. Poco antes de 1950. Siendo un niño, este cronista fue secuestrado por unas damas de Acción Católica y bautizado a la fuerza en una fuente pública para enmendar la herejía de sus padres, que no lo habían sometido al beatífico trámite.
El párroco, a pesar de que era un obtuso nacionalcatólico, declaró la invalidez de la ceremonia y les impuso como penitencia rezos y generosas limosnas para la Iglesia.
Eran tiempos inspirados en la doctrina del cardenal Gomá, tarraconense Primado de España y apologeta de la Hispanidad que había conseguido en Roma la declaración de Cruzada y la bendición papal para la guerra de Franco, y que levantaba entusiasmado el brazo derecho para saludar como buen fascista.
Aún así, aquella España negra y terrible era liberal comparada con el yihadismo islamista que está despertando ante nosotros, y que tanta simpatía le inspira a una izquierda que apoya las peores y más horripilantes formas de teocracia.
Nueva izquierda-extremaderecha que por odio al occidente racionalista denuncia permanentemente el judeocristianismo, al que quiere exterminar porque es el origen del racional-liberalismo.
Imagínese usted millares de fanáticos cardenales Gomá, de imanes y ayatolás mil veces más obtusos, nazis y fascistas que aquellas beatas y su cura, vigilándolo y condenándolo todo.
Regulando la vida y los pensamientos de cada uno, como las peores sectas destructivas, ordenando el degüello, la horca, la lapidación, al linchamiento de cualquier heterodoxo.
Recordarlo no es islamofobia: ante el silencio de los musulmanes moderados, es alertar con la experiencia y el conocimiento.
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