SUMAMOS muchos millones los ciudadanos que compartimos «una gran preocupación por el futuro de la unidad de España». Incluso sería insensato no vibrar con esa inquietud; pero cuenta, a nuestro favor, que a diferencia con José Mena Aguado, no somos tenientes generales del Ejército y, menos todavía, jefes de
Las formas son fundamentales para el juego democrático. Claro está que, como indica el artículo octavo de la Constitución, «las Fuerzas Armadas (...) tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad y el ordenamiento constitucional»; pero sólo al poder civil, legal y democráticamente constituido, le corresponde señalar, si es necesario, el momento y el modo en el que el Ejército deba que cumplir con tan trascendental misión.
El ministro de Defensa, José Bono, destituyó ayer de su mando al teniente general Mena y así, en puridad democrática, quedó subsanado un error formal, no conceptual, al que el ambiente dominante empujó a un militar de limpia y brillante carrera. El problema se superpone ahora al error del general, no caduca con su sanción. En el Ejército y en el mundo civil es claramente mayoritaria la sensación y la inquietud que Mena trasladó, como resumen del sentir de sus subordinados, a sus superiores. Eso no cambia y es responsabilidad del Gobierno acallar esa inquietud colectiva por la vía de la supresión de las causas que la motivan, no por la de la palabrería hueca que le define. ¿Está el Gobierno de Zapatero en condiciones de enfrentarse al problema después de haber sido el catalizador de la ambición independentista catalana con el rácano fin de su propio confort parlamentario?
El teniente general Mena ha pagado con una nota adversa en su propio historial un gran servicio a España. Nos ha dado la alarma, en el momento más oportuno, sobre algo en que, nacionalistas fervorosos aparte, coincidimos más del ochenta por ciento de
1 comentario:
El maestro gallego Martin Ferrand.
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