Entrevista al historiador García de Cortázar en Minuto Digital

Entrevista de Antonio Martín en Minuto Digital

Fernando García de Cortázar, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Deusto, es uno de los autores más valorados, leídos y solicitados en el panorama del pensamiento español, por su reconocida capacidad para acercar la Historia al gran público.

Ha sido el asesor de contenidos históricos de la seria documental emitida en TV “Memoria de España” y ha publicado una treintena de obras entre las que citamos “Historia del País Vasco”, “Historia del mundo actual”, “Breve Historia de España”, “Biografía de España”, “Breve Historia del siglo XX”, “Historia de España, de Atapuerca al euro”, “Los mitos de la Historia de España” y “Atlas de Historia de España”.

-Después del éxito de Memoria de España, ¿en qué proyecto está trabajando actualmente?

Estoy trabajando actualmente en mi próximo libro “Los perdedores de la Historia de España”, en el que abordo aspectos de la historia de España que no se han tocado, teniendo como eje las biografías de personas que en su tiempo fueron silenciadas, represaliadas, ignoradas… y que después sus ideas, en algunos casos, triunfaron. Es la historia de los marginados, de los herejes, de los distintos, de muchas mujeres, de los bastardos, de los erasmistas, de los perseguidos, de los ilustrados, de los utópicos, de los carlistas, de los exiliados, de la tercera España. Es también la historia liberal de España.

-¿Cuál es el origen del pueblo vasco?

No lo sé, ni tengo especial interés en investigarlo. Más que el origen, me preocupa el presente y el futuro no del pueblo vasco, que no existe, sino de la sociedad o los ciudadanos vascos. El concepto de pueblo tiene connotaciones raciales o tribales que encajan mal con una sociedad mestiza, muy mezclada y plural, fruto de la modernización industrial y de distintas corrientes migratorias de los siglos XIX, XX Y XXI. La pretendida existencia del “pueblo vasco” y su singularidad es la base del discurso nacionalista.

-A lo largo de nuestra Historia, ¿de qué modo contribuyeron los vascos a la configuración de España?

Nada hay en la historia del País Vasco que permita pensar en una entidad independiente de la España que desde los años de dominación romana empezaba a gestarse. Por otro lado hasta la aprobación del Estatuto de Guernica en 1979 no se podría hablar con rigor del País Vasco, entendiendo éste como organización político-administrativa unitaria correspondiente a Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, territorios bien distintos entre sí con sus peculiaridades jurídicas bien diferenciadas. Los vascos, llamados así a partir del siglo XIX, participaron con los demás peninsulares en la formación de España. Colaboraron decididamente en la Reconquista y, en la hora histórica de las Navas de Tolosa, la vanguardia de las tropas del Reino de Castilla estuvo mandada por Diego López de Haro, señor de Vizcaya. Vizcaínos y guipuzcoanos fueron los mejores soldados y marinos de los reyes castellanos. Gracias a ellos, el rey Fernando III pudo conquistar Sevilla. Alféreces vascos dirigen la conquista de Baeza, Úbeda, y Córdoba y ayudan eficazmente a Alfonso XI en la batalla del Salado. La conquista de Algeciras y Gibraltar también contó con protagonismo vizcaíno y guipuzcoano, redoblado en las guerras civiles de la casa de Trastámara y en las actividades comerciales con las que Castilla se proyecta en Europa. San Sebastián, Guetaria, Fuenterrabía, Zarauz, Bermeo y, desde 1300, Bilbao vieron salir la lana de la Meseta y el hierro vizcaíno camino de Flandes e Inglaterra.

Cuando en 1390, cinco años después de la batalla de Aljubarrota, el rey de Castilla, Juan I vuelve a manifestar su deseo de reinar en Portugal , aunque fuera a costa de renunciar a parte de Castilla pero no al Señorío de Vizcaya, los vizcaínos le manifestaron su rechazo a ser desgajados de la corona castellana. Lo sabemos por el alavés Canciller Lope de Ayala que también alabó la fidelidad y pericia de los marineros vizcaínos y guipuzcoanos que en 1393 le informaban a su rey Juan I del descubrimiento de las Islas Canarias y le animaban a conquistarlas.

La participación vasca en la España moderna fue colosal. El reconocimiento oficial de su condición de hidalgos permitió a guipuzcoanos y vizcaínos copar los puestos de la administración de la monarquía, disputándoselos a los judeoconversos, buenos burócratas como ellos, de los que se libraron mediante la aplicación de los españolísimos estatutos de limpieza de sangre. Sin exageración se ha podido afirmar que durante los siglos XVI, XVII y XVIII, España y el Imperio estuvieron gobernados por vascos. Y en efecto, el número de vascongados encaramados en la administración estatal es apabullante, copando en algunas épocas la mayor parte de los altos cargos. Ya en 1525, de doce secretarios del Consejo de Estado cinco eran guipuzcoanos. Los apellidos Idiáquez, Zuazola, Galarza, Ibarra, Amezqueta, Mancisidor, Ipiñarrieta, Gastelu, entre otros, salpican la nómina de quienes fueron secretarios de los diversos reyes. Si fuese cierto, como alguna vez se ha afirmado, que la monarquía española oprimió de alguna forma a las provincias vascongadas, cabría pensar que buena parte de tal “opresión” correspondió a quienes salidos de aquellas tierras representaban lo más granado del poder. No faltaron tampoco vascos en las principales empresas españolas de la época. Bien conocida es su decidida participación en la conquista y colonización de América y Filipinas y su protagonismo en las aventuras descubridoras. Juan Sebastián Elcano, Pedro Ursáa, Lope de Aguirre, Francisco Argarañaz Murguía, Miguel de Legazpi, Urdaneta… son sólo algunos de los vascos que participaron en lo más característico de la política imperial de la Monarquía española. La proyección espiritual de España en el mundo lleva el nombre de un guipuzcoano, Ignacio de Loyola, que había guerreado al servicio de la Corona de Castilla mientras que la Ilustración aportó muchos nombres ilustres- Samaniego, Peñaflorida, Cadalso- de vascongados a la cultura del XVIII español.

Hasta hace poco más de cien años no se produjo la escisión conceptual entre lo vasco y lo español. No aparece en la mayor parte del siglo XIX, pese a la especial virulencia que en el territorio vasco tuvieron las guerras civiles desatadas por los carlistas, que nunca cuestionaron la españolidad de la causa que defendían. Habría de ser la acción política del inventor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, la que provocaría con el tiempo, la ruptura en la concepción de un País Vasco armónicamente integrado en España. Nadie antes de él había formulado la idea de la independencia política del País Vasco. A pesar de su reivindicación independentista, Arana tendría que reconocer que la historia no ayudaba en nada a su proyecto de secesión, como tampoco lo ayudaban sus coetáneos miembros de la gran burguesía vizcaína, empeñados en reforzar la idea unitaria y el sentimiento de España, manifestado en carne viva en el latido de los vascos de la generación del 98.

-¿En qué momento podemos hablar de España como Nación?

La formación de España como Nación está ligada a la primera experiencia liberal, la de las Cortes de Cádiz que intenta liquidar el pasado feudal. El moderno concepto de nación es el que desarrollan los hombres del XIX para reivindicar sus derechos y libertades individuales frente al absolutismo y las desigualdades de la sociedad anterior. La palabra España tiene pues esas connotaciones de modernidad y progreso que la Iglesia y la nobleza, en un comienzo, combatieron. ¡Abajo la nación, viva la religión! Fue su grito inicial. La gran perdedora de la transición fue la memoria: la senda hacia la democracia se pavimentó con el olvido del pasado. En aquellos años se rechazó el nombre de España, entendido como símbolo de la reacción y se insufló energía a unos nacionalismos excluyentes que repetían la misma teología de Franco. Paradójicamente se dio crédito a la versión franquista de la historia, negando o enterrando la España liberal. ¿Por qué se identifica España más con Franco que con la II República? ¿Por qué se identifica España con la leyenda negra y no con su tradición erasmista, ilustrada o liberal? El problema, en el fondo, es cultural. De no haber navegado por la historia ni haber leído suficiente. Tal vez si las generaciones de la democracia hubieran aprendido a leer la palabra España en el pesimismo de la generación del 98, el horizonte europeísta de los intelectuales del 14 o el verso desgarrado de los poetas del 27, y la hubieran visto escrita con naturalidad, el dolor, la tristeza o el compromiso político con que la escribieron entonces, hoy estarían vacunados contra ese prejuicio de obviarla en las conversaciones. Porque la España real ya no sería para ellos esa España siniestra y canalla que hoy se inventan los nacionalistas sino la honda y viva de la gran literatura. El nacionalismo catalán está ganando la batalla mediante una descomunal manipulación. Cataluña es la tierra de la modernidad, de la libertad, de la apertura a Europa, del diálogo. España –que es otra cosa- es la Castilla harapienta y antigua, cejijunta y clerical, reaccionaria y fascista, abusona de los territorios con verdadera identidad.

-¿Cómo valoraría la figura de los Reyes Católicos?

Sin duda alguna son los personajes más importantes de la Historia de España. Con su sentido político, superador de intereses puramente dinásticos pusieron en marcha el largo proceso de integración “nacional”, al unir en su matrimonio las dos coronas más poderosas de la Península. La España nacida en 1469 es todavía un simple bosquejo pero la unión permite estrechar lazos, conforme se alcanzan las metas trazadas siglos antes por cada uno de los reinos: Granada, Nápoles, Navarra.

-Los libros de Historia parecen vivir un buen momento de ventas, destacando los debates sobre la cuestión de la Guerra Civil. ¿Cuáles son para usted las causas de este creciente interés?

La Historia siempre ha tenido buenos cultivadores en España y ha suscitado gran interés entre los españoles, que tienen conocimientos de historia, aunque muchas veces fragmentarios. Es lógico que triunfe en las librerías, en sus distintos formatos y en la televisión. A los historiadores hay que exigirles que sepan historia, pero también que sepan contarla. Creo que en los últimos años los historiadores estamos haciendo grandes esfuerzos por comunicar, por transmitir la historia como si fuera la crónica de una gran aventura. La del 36 fue una guerra que ocurrió hace ya más de sesenta años, pero aún sigue despertando retrospectivas e interesadas adhesiones

-¿Qué opina de la reciente polémica suscitada en relación a los símbolos franquistas que el Gobierno pretende eliminar o al menos sustituir? ¿No le parece un debate innecesario treinta años después de la muerte de Franco?

Objetivo central de la política franquista fue mantener la división de España en dos Españas: la España de los vencedores y la España de los vencidos, la España auténtica, nacida de las cenizas del 39, y la anti España de la República, “poblada por los verdaderos criminales comunes de nuestra guerra”. Durante la transición se dieron grandes pasos hacia una convivencia real que acallase el grito apasionado de aquellas dos Españas que el General se había encargado de perpetuar en medio de recuerdos mortuorios y funerales por los caídos. Ese espíritu de concordia, ese impulso ético, es el que se está degollando ahora mismo, y no deja de ser triste, a la vez que irónico, que quienes lancen el navajazo se llamen a sí mismos progresistas, pues observan los sucesos del 36 con el mismo catalejo que empleara en su día Franco. “Bien se parece –le dice Don Quijote a Sancho, dándole una de esas lecciones políticas que sobrecogen el ánimo- que eres villano y de aquellos que dicen: ¡Viva quien vence!”. La historia es un estudio teatral que se desmonta continuamente y los políticos se mueven por él como Sancho por las tierras de La Mancha. Efectivamente, políticos de izquierda y periferia, ensalzando la actitud de los vencidos de ayer para hacerse mejores que los demás han convertido la guerra civil en una absurda ceremonia de canonización, en una película de malos –simpatizantes de la derecha, centralistas y terratenientes sin escrúpulos, es decir fascistas- y buenos –partidarios de la izquierda, separatistas y campesinos hambrientos, es decir, demócratas-. Se quiera reconocer o no, la óptica es la misma que la empleada por los propagandistas de la dictadura, pero al revés, como si estuviéramos dentro del espejo que Lewis Carroll inventó para Alicia. La manipulación se repite y, bajo la luz fotográfica de los nuevos tiempos, se olvida interesadamente que a la ruina de la República contribuyeron también la ceguera sectaria de la izquierda y la incompetencia de una gran parte de sus líderes; que en el bando republicano no todos eran, ni mucho menos, demócratas o defensores de la libertad; que el odio reventó tanto en el Badajoz de los militares rebeldes como en la Barcelona de Companys, esa Barcelona de las patrullas armadas de la que tuvo que huir Orwell para salir de España con vida y de la que años más tarde diría: “Nadie que haya vivido en Barcelona entonces o en los meses posteriores podrá olvidar la agobiante atmósfera creada por el miedo, la sospecha, el odio, la censura periodística, las cárceles abarrotadas, las enormes colas para conseguir alimentos y las patrullas de hombres armados”.

La guerra civil atravesó de sangre las tierras de España, de culpas y opresiones recíprocas, de rencores y de lutos, heridas que no se pueden ignorar pero que es necesario sanar para que el ayer cese de contaminar el presente con sus viejos fantasmas y palabras. ¿Cómo albergar esperanzas sobre un futuro más o menos abrigado y razonable si no dejamos de hurgar en las llagas del pasado con la intención de hacerlas supurar todavía más, si seguimos lanzándonos los nombres y las vidas de nuestros mártires a la cara, si siguiendo el ejemplo de los antiguos combatientes carlistas, perdedores de todas las guerras civiles del XIX, damos hervor y actividad a los odios del 36, con la fosa del padre de éste, el fusilamiento de la madre del otro, los balazos que enseña con orgullo el abuelo del más allá?

1 comentario:

Anónimo dijo...

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