Nos habla Carlos Luis Rodríguez en El Correo Gallego de que La propuesta del BNG no es mala, sino incompleta:
Su ya célebre disposición transitoria primera del Estatuto debiera ser enmendada. Bastarían sólo dos palabras: y viceversa.
No explican los redactores del texto por qué han olvidado la reciprocidad. Si no lo hubieran hecho, seguramente la reacción de los vecinos habría sido más calmada. Bien, nosotros podemos perder Taramundi, pensarían, pero podemos lanzar una campaña en A Fonsagrada y ficharla. Estaríamos en una especie de libre mercado de municipios, con exportación e importación.
Tampoco son descartables los intercambios. Dignatarios de las comunidades implicadas se reunirían en algún lugar neutral, y trocarían por ejemplo Vegadeo por Ribadeo.
Pero si no fuese el descuido la causa, estaríamos ante una petulancia, un complejo de superioridad que es común a otros nacionalismos. El vasco nunca explica por qué es Navarra la que tiene que incorporarse a Euskadi, y no al revés. Lo mismo pasa con los Paisos Catalans, donde es Valencia la absorvida, sin que haya otra razón que el capricho de los napoleones catalanistas.
Pero esto es una suposición porque seguramente los padrinos del Estatuto de nación incluirán la otra posibilidad, que además no debiera circunscribirse a comunidades limítrofes, sino a las lejanas. Existen colonias importantes de gallegos en Cataluña o el País Vasco, que conservan una identidad galaica mucho más fuerte que los asturianos de Taramundi o los bercianos.
¿Por qué no proponer para ellos una condición similar a la de los gibraltareños? No tiene mucho sentido que el Estatuto se preocupe tanto por un puñado de zamoranos que hablan nuestra lengua, y se olvide de los miles de paisanos que residen en esos territorios. ¿Acaso no tiene más justificación pedir la cooficialidad del gallego en Cataluña que reclamarlo para Asturias? Sería incluso más fácil lograrlo, dada la buena relación de los dos nacionalismos.
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