Fragmentos del artículo escrito por Víctor Pérez-Díaz en El País.
EL RIESGO
Un riesgo es la proximidad de un daño, o, en otras palabras, el resultado de multiplicar el coste de un acontecimiento posible por la probabilidad de que suceda.
El daño potencial de aceptar, rechazar o hacer un apaño con la propuesta del Estatuto de Cataluña es obvio.
Bastantes ciudadanos perciben este riesgo, y, según encuestas recientes, el 46% de los españoles, y el 31% de los votantes socialistas, creen que el proyecto de Estatuto representa "una amenaza para la unidad de España", y el 47% de los españoles, y el 58% de los votantes socialistas, creen que "se deben hacer cambios importantes en él para que sea aceptable". Al mismo tiempo, el nivel de confianza en el líder socialista que podría propiciar esos cambios ha caído 28 puntos en los últimos 18 meses (de 66% a 38%). Es decir, bastantes españoles parecen estar preocupados por el problema y perdiendo confianza en la capacidad del liderazgo actual para resolverlo.
(El ciudadano) Estará atento a sus intereses cuando se trate de discutir la financiación del sistema, dado que se ha acostumbrado a la idea de que todos somos iguales, lo que implica que todas las comunidades autónomas lo son; querrá servicios públicos homogéneos y, puestos a analizar las balanzas entre las regiones, puede mirar no sólo la fiscal de unos pocos años, sino también la comercial, la de flujos financieros y la de recursos humanos remontándose muchos años atrás.
Hay situaciones de terror y de guerra que no se resuelven con palabras. La inmigración plantea problemas inquietantes. La marcha de la globalización tiene a muchos en vilo. A España le hace falta un Estado protagonista en Europa, y la voz de ese Estado, o su ausencia, se nota cuando sus ciudadanos (y sus empresas) tienen que ir por el mundo y defender sus intereses.
Con estos sentimientos e ideas en la cabeza, los españoles pueden extraviarse a veces en el fárrago de las 111 páginas de la propuesta del Estatuto, pero comprenden el fondo del asunto, y se inquietan ante unos líderes socialistas cuya capacidad les comienza a resultar problemática y de cuya lucidez empiezan a dudar. Estos líderes parecen firmes en las formas, pero son ambiguos en el contenido. A estas alturas no se sabe si van a respetar lo esencial de la propuesta catalana o a cambiarla sustancialmente.
Por ahora, las gentes ven una conducta ambigua que se explica porque o bien los socialistas no saben lo que quieren, y eso cuestiona su competencia; o lo saben pero no lo quieren decir, y eso cuestiona su veracidad; o quieren dos cosas contradictorias a la vez, y eso cuestiona su coherencia. Dicen querer el Estatuto venido de Cataluña ("Pasqual, te lo prometo, apoyaré el Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña", Zapatero dixit), pero lo quieren tanto que lo quieren cambiar. Dicen que no quieren cambiarlo sustancialmente pero sí hacerlo compatible con la Constitución, lo que supone su cambio sustancial.
Su identidad está ligada a las ideas fundamentales de crear solidaridad y hacer España, y si pierden su vinculación con estas dos ideas se pierden a sí mismos. No fomentan la solidaridad unos gobernantes que ensanchan cada vez más el foso que les separa del centro derecha de este país, al que dibujan en el imaginario colectivo como una derecha extrema; ni pueden justificar este exceso retórico con los ataques del adversario, porque ellos son los gobernantes de todos los españoles incluidos los muchos millones de votantes de su rival, y el oficio de gobernantes les obliga, a ellos más que a nadie, a una especial contención en las palabras y en los gestos. No pueden pretender construir una comunidad política sobre enconados sentimientos apenas disimulados por blandas palabras; como no pueden establecer un clima de concordia con evocaciones a la Guerra Civil, con la contaminación reiterada de los adversarios como vinculados al régimen franquista y con el despliegue, a veces, de actitudes de reto y animosidad hacia los sentimientos religiosos de una parte de la sociedad. Al final de este proceso, puede quedar muy poco de la identidad y la tradición del socialismo español. La España de la transición fue posible por la contribución de los socialistas españoles, en un papel de protagonistas compartido con otros. Sólo así quedó atrás la España de charanga y pandereta, la España de los odios cainitas. Sólo así España se rehizo.
Sería penoso que los constituyentes socialistas y los gobernantes socialistas de aquellos años se resignaran a pasar a la historia como los hacedores de la España de ayer, y los testigos del deshacerse de la España de hoy.
Víctor Pérez-Díaz es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
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1 comentario:
El Pais desentona en este esplendido blog
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