De victoria en victoria hasta la derrota final (Rosa Díez en ABC)

Por la socialista ROSA DÍEZ en ABC

Esta mañana me decía un amigo: «Rosa, no le des más vueltas: ya nos han derrotado». Estábamos hablando del «proceso»; más en concreto, de la mesa de partidos cuya constitución, metodología y alcance está, según todos los datos, prácticamente ultimada.

Los periódicos del grupo Vocento han venido informando de los pasos que se estaban dando en las últimas semanas para «desatascar» ese «elemento fundamental» a juicio de los terroristas que es la mesa de partidos; después de la última amenaza de los terroristas, Moncloa y PSOE se pusieron manos a la obra. El acto terrorista de Oiarzun ha dado resultados espectacularmente positivos para la estrategia de los que acabaron disparando al aire pero anunciando que tenían la sangre (la nuestra, naturalmente) preparada. Finalmente ayer, ABC explicaba los pormenores de los acuerdos hasta ahora alcanzados, entre los que está el compromiso de abordar en ese foro extraparlamentario la autodeterminación y la territorialidad.

Es tan obvio el retroceso democrático que supone el hecho de que el PSOE, el partido que gobierna España, esté dispuesto a abordar en una mesa extraparlamentaria la autodeterminación y la territorialidad que sólo me queda denunciar el hecho; como quien presenta una demanda ante el Juzgado porque las palabras no le han servido para intentar convencer al agresor de lo inadecuado de su conducta y se siente en la necesidad de reclamar que se aplique la ley en defensa de unos derechos que considera violados.

Habrá quien diga desde las filas del Gobierno o del Partido Socialista que van a hablar de esas cosas para decir que no. No será verdad. Porque si se está dispuesto a hablar de un supuesto no aplicable en la democracia española -ni en ninguna otra-, como es la autodeterminación, es que se está dispuesto a aceptar el principio sostenido por ETA de que en España no ha habido democracia y por eso nos han perseguido y asesinado. En este caso aceptar el debate para llegar a acuerdos es aceptar los planteamientos de los terroristas. Es aceptar que el terrorismo tenía causas, objetivos legítimos, por mucho que sus métodos no lo fueran. Es retroceder democráticamente, recorrer un camino desde la democracia hacia el totalitarismo. Que nadie se engañe: la constitución de la mesa extraparlamentaria para abordar los temas que le correspondería abordar -en todo caso- a la instancia legitimada para representar la voluntad de los ciudadanos no será dar un paso para incorporar a los terroristas al juego democrático, sino perder una parte de la legitimidad democrática para acercarnos a ellos. Es la rendición ideológica. Es optar por recorrer el camino hacia la paz de Azkoitia. Es el desestimiento; es nuestra expulsión.

Si se alcanza un acuerdo para debatir la autodeterminación y la territorialidad en esa mesa extraparlamentaria se confirmará nuestra derrota. Será la derrota de los constitucionalistas, la derrota de los demócratas, de los que hemos defendido las reglas del juego democrático, de los que defendemos la Constitución, de los que queremos derrotar el terrorismo, de los que sabemos que la derrota del terrorismo requiere de la derrota ideológica y semántica de la banda. Si se acepta el debate, la victoria ideológica y semántica, la victoria total, será de los terroristas.

Si se acepta ese debate en esa mesa extraparlamentaria, la democracia estará remunerando el terror, los mil muertos, los exilados, el miedo que nos infringieron, la libertad que nos quitaron. Los actos de los terroristas habrán tenidos sentido; los nuestros, los de los ciudadanos constitucionalistas, los de las víctimas, los de los resistentes, no.

Carlos Martínez Gorriarán lo explica mejor de lo que yo puedo hacerlo en su artículo portada de Basta Ya en el día de ayer: «A estas alturas no caben muchas dudas razonables de que el presidente Zapatero, con el apoyo casi unánime de su partido, sea por convicción o por miedo, y de todos los demás con excepción del PP, el único que conserva la cordura en este asunto, está dispuesto a enviar representantes a una mesa, llamada de partidos, cuya misión será pactar con ETA y los demás nacionalistas determinados cambios de las instituciones vascas, con vistas a persuadir a los terroristas de que para conseguir sus intereses, aunque sean ilegítimos, les irá mejor "haciendo política" que pegando tiros y poniendo bombas. A eso le llaman "la paz", y conseguirla es la única justificación de la mesa de partidos, poco interesados en la libertad».

Ya se sabe que el problema de ceder al chantaje es que si pagas una vez estás preso para siempre. Y con ETA hemos empezado a pagar desde el mismo día que en plena ola de asesinatos los emisarios del PSOE empezaron a sentarse con los terroristas. A partir de ahí, todo ha sido ir cediendo. Desde la declaración del Congreso de mayo de 20050 -buscada al margen del Pacto y cambiando de socio para complacer a ETA que quería que se visualizase que «iba en serio»-, hasta los inclumplimientos reiterados de los compromisos adquiridos en sede parlamentaria, desde la necesaria verificación de la ausencia absoluta de violencia, comunicación al Parlamento del inicio de las conversaciones, hasta la negación de que se iba a hablar de autodeterminación o de Navarra con la banda. Incumplimientos que tuvieron su culminación cuando el propio presidente les explicó a los periodistas que iba a «respetar la voluntad de los vascos», que es como ETA llama a la imposición de sus tesis. Y, además, aceptación de la discusión del «proceso» en el Parlamento Europeo -una de las más viejas aspiraciones de la banda-, reconocimiento como interlocutor político de Batasuna-ETA mientras ésta sigue en la lista Europea de Organizaciones Terroristas, homologación de la situación del País Vasco con Irlanda -otra de las reivindicaciones más queridas de la banda-, aprovechando la visita de Blair...

Todo han sido cesiones. Todo desde el principio, desde hace más de cuatro años, desde que nos engañaban con desmentidos y buenas palabras a quienes seguíamos en primera línea pensando que arriesgábamos la vida por defender un futuro en libertad. Se han traspasado ya todas las líneas rojas; todas. Pero me dicen que en Moncloa están contentos. Que creen que tienen asegurada la reelección, la próxima victoria. Es posible. Iremos de victoria en victoria. Hasta la derrota final.

Si quienes tienen la obligación de velar por la integridad de las instituciones democráticas no creen en ellas, si nos dejan solos, ¿qué podemos hacer más allá de declararnos -y sentirnos- derrotados? Sólo nos queda la denuncia; la denuncia y la palabra en la plaza pública. Vendrán tiempos peores. Por eso pienso que es la hora de prepararnos recomponiendo complicidades transversales entre demócratas, entre gentes que, al margen de su ideología, estemos unidos por lo fundamental; unidos en un compromiso de resistencia ante el fanatismo y de defensa y fortalecimiento de nuestras instituciones. Unidos por la convicción de que el objetivo es la libertad. Y que por eso y para eso merece la pena seguir luchando.

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