[...] En 1976[1], tras la muerte de Franco, se establecieron una serie de leyes laborales tan agresivas que prácticamente estaba prohibido despedir. Tal vez al lector le parezca una idea estupenda, pero el paro se duplicó en cinco años[2]. Mientras tanto, los países nórdicos y los anglosajones flexibilizaban sus legislaciones laborales y lograban reducir su desempleo.
[…] suena muy bien, pero supone un freno a la contratación, un desincentivo a la inversión y, al aumentar el paro, no mejora la calidad de vida ni las opciones de los trabajadores[3]. Si la rigidez del mercado laboral fuera una garantía de derechos, los países con mayor nivel de intervención tendrían mayores cotas de bienestar y menor desempleo. Sin embargo, ocurre lo contrario. Los ejemplos tan repetidos de los países nórdicos, que mencionaremos en el libro en varias ocasiones, son precisamente los que cuentan con mayor flexibilidad del mercado laboral[4].